Ángel Serrano llegó para
quedarse. Vino hace un tiempo motivado para dejar su impronta en el mural quese hizo en la Quebrada Morales, entre los barrios Libertadores y Canadá, en la
localidad San Cristóbal. Así como en Usme -su localidad de procedencia- en los
barrios de la parte alta de San Cristóbal dice sentirse cobijado por los Cerros
Orientales y por ese aire a terruño que décadas de urbanización y smog no han
podido corromper. Cuando intervino su mural, hizo su trabajo, se divirtió y se
marchó. Ninguno esperaba que volviera, al menos no tan pronto. Pero sus visitas
–que no eran otra cosa que su curiosidad y sus ganas de aprender- se hicieron
recurrentes, y de recurrentes pasaron a ser diarias, al punto de que hoy es
extraño no verlo con los demás compañeros de equipo. Quizá por eso se le ve
contento y quizá por eso también habla con propiedad cuando se le pregunta por
el Colectivo Artorte y por el proyecto Cuadras Armónicas, que ya lo siente como
suyo. Sereno, de risa fácil y siempre dispuesto a aprender, así es este joven
de 21 años.
EL ARTE
Fabio Ramirez: ¿Cuándo empezó
su interés por el arte?
—Ángel Serrano: En principio no sabía si era arte o no, sólo sé que
empecé a desarrollar un gusto desde muy temprano por el dibujo. Y eso lo
recuerdo muy bien porque cuando estaba en el colegio -sexto, más o menos- me
aburría muchísimo en las clases de química, física, matemáticas y en general con
esas cosas. Era chistoso porque en lugar de estudiar me ponía a dibujar.
¿Cuándo se hizo usted consiente de ese gusto o esa preferencia que
tenía por el arte? ¿Cuándo sintió,
digamos, ese llamado?
—Luego del colegio y de una
experiencia por el ejército, intenté varias veces entrar a la Universidad pero
no pude pasar. De ahí vinieron algunas decepciones, porque era como si la
Academia me dijera: “no, para esto no sirve”, entonces me puse a trabajar. Pero
allá fue una especie de estrellón porque entré en el círculo de trabajar para
comer y comer para trabajar. Ahí me planto y me digo que no quiero ese ritmo
para mí y me lanzo al abismo, por decirlo de alguna manera, pues pensé: “así no
esté en la academia voy a hacer algo que me haga feliz”.
Son las tres de la tarde, la locha se apodera de la cuadra, y mientras algunos perros ladran y los niños juegan con un balón improvisado, Angel ríe y dice: “qué chimba”, mientras enarca sus cejas, como tratando de recordar algo muy lejano. Pero el recuerdo parece esfumarse. Yo continúo con mis preguntas.
Pero eso fue una decisión muy reciente, hasta donde sé…
-¡Sí, sólo tres meses! Y de ese
tiempo ya llevo un mes con ustedes, con ArtoArte. Pero aunque sea reciente
siento que ha sido todo una bacanería. Para mí fue difícil porque vivir arrastrado es duro, o uno cree que es
duro, pero desde ya hace un buen tiempo yo sentía un interés por eso, por el
desapego a las cosas y por confrontar lo que pienso y lo que hago. Despegarme
de la obligación por trabajar, no sé, en una oficina, por tener cosas y por
seguir lo que decía mi familia y la sociedad ha sido, a pesar de todo, mejor de
lo que yo me lo había imaginado.
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Trabajando con extensor en el barrio San Rafael. |
A medida que el sol toma lugar,
en una loma que está acostumbrada a temperaturas que hielan los huesos, Ángel
agrega que piensa en el futuro “bastante, aunque intento no botarle tanta
energía a eso”. Por mi parte recuerdo las estadísticas, esas estadísticas que
solo pueden especular diciendo que en Colombia muy pocos jóvenes acceden a la
Educación Superior y que el caso de este joven es un caso atípico, porque la
mayoría de los bachilleres salen en búsqueda de sueños prefabricados y
cumpliendo lo que otros les dicen que deben cumplir. “Ahora lo que quiero es
buscar los medios para el crecimiento personal y artístico, artesanal tal vez,
bueno, no sé cómo llamarlo. Creo que si se siguen dando cosas con ArtoArte pues
¡severo!”
ARTOARTE Y LA CALLE
¿Qué es ArtoArte y Cuadras Armónicas para usted?
—Bueno, lo primero sería decir
que yo conocí a este grupo porque tenía un conocido que me contactó con Jesús.
A través de él yo me enteré de una pintada, y yo me imaginaba eso: una pintada
y luego para la casa. Pero al llegar me di cuenta que esto tenía un concepto
más grande, que no se trataba de pintar por pintar. Yo ya había pintado antes
en murales, pero acá me percaté de otras cosas que hacen que un proceso sea
mucho más enriquecedor. Este proyecto de Cuadras Armónicas, por ejemplo, me
hace recordar todo lo que vivimos en la calle y que nos hace crecer.
—¿Las calles, el vecindario, el barrio…?
— ¡Exacto! Eso es una de las
cosas que me gustan mucho de estar acá. Constantemente estamos reflexionando
sobre el significado de las calles de nuestros barrios, del vecindario y de la
comunidad que le da vida. Por medio de este proyecto estamos dándole como un nuevo aire a los espacios que sea han
perdido.
Noto que ya empieza a usar la primera persona del plural: habla de un nosotros, de algo que se construye colectivamente. Justo cuando está hablando un recuerdo fugaz se le cruza por la cabeza:
— ¡Ah! ¡Ya me acordé lo que
quería decir hace poquito! Es que vi esos niños y…bueno, es que cuando yo era niño
siempre me ponía a jugar en la calle . Así como están esos pelaos ahorita.
Levanta un dedo y señala a unos niños que corretean tras una pelota, apenas inflada, y que gritan desordenadamente.
—Así era yo. Me acuerdo del trompo, de las piquis, del yermis. Todo
eso se daba en mi barrio cuando yo era pequeño. Ahora lo veo y entiendo que la
cuadra es el lugar más próximo donde nos encontrábamos con el otro. Pero es
triste ver que ahora eso se está perdiendo. Por eso me gustan tanto estos
barrios y el sentido de este proyecto: acá la gente aún se encuentra con el
vecino y le dice: “bueeeeenas compadre” o cuando se entra a una tienda y llaman
por el nombre del dueño: “Buenas Don Alcides ¿tiene salchichón?”.
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¡A echar balineras por la cuadra! |
—Y el pan con Pony Malta, luego
del picaíto de micro -interrumpo yo sin aguantarme las ganas-. Las risas salen
espontáneas. No es más que la prueba de que el recuerdo sigue vivo.
— ¡Claro! Así era. Los juegos se
hacían en comunidad y con las cosas que nos daba la calle: piedras, tarros,
palos. Incluso, también jugué mucho tazos
y cartas con muñecos, pero para eso
necesitaba amigos, y esos amigos estaba en la calle.
LA ARMONÍA
Este proyecto se llama Cuadras Armónicas ¿Dónde o cómo entiende usted
la palabra “armonía”?
—Bueno, para mí la armonía está
muy relacionada con lo que he hablado. Yo creo que es un concepto que cobra
vida en la calle y se consolida con las personas porque la armonía se basa en la
gente, más que en lo visual. De ahí nació lo que se llamó Cuadras Armónicas, un proyecto que busca armonizar no sólo un
espacio sino las relaciones con la gente. Y yo veo que eso se va logrando poco
a poco. Uno ve que las personas pasan y dicen: “qué bonito como está quedando
todo” o “cuándo van a hacer algo en mi cuadra”.
Ya para finalizar ¿Cómo relaciona las intervenciones que ha hecho hasta
ahora con esta concepción de armonía?
—A mí me gusta trabajar mucho lo
que tiene que ver con la naturaleza. Ahora que tengo más conocimientos de la
fauna y la flora de este territorio gracias a ArtoArte he podido enfocarme con
más ganas en ese tema. Pero lo de menos es decir que yo lo pinté. No voy a
decir que no es un orgullo, pero lo más bacano es saber que la gente de Bogotá,
que está tan acostumbrada al cemento y a los colores grises, se encuentre o
recuerde a un animal que haga volar su imaginación. Saber que se le puede dar
color a una pared y además generar una perspectiva nueva en las personas es
algo rebacano, algo que lo hace sentir bien a uno. Yo creo que este trabajo me
permite generar ideas en la gente, fomentar conciencia, tocarlos de algún modo.
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El señor rodillo. |
LA HORA DEL TINTO
Ya se aproxima la hora de tomar
tinto y de seguir trabajando. Todos andan con overol, disfrutando la pintura,
las calles onduladas, los perros que olisquean por aquí y por allá, la música a
alto volumen. Se arrima el frío poco a poco, que ya es como un vecino más en
estas tierras. Ángel sueña con viajar, con estudiar y con seguir pintando. Pienso
que lo logrará, la tranquilidad con que asume los retos parece ser su seguro.
—
Yo creo que podemos ir dejando así, compadre o
¿quiere decir algo más?–digo yo para finalizar-.
—
Listo, severo viejo Fabio. Sólo que estoy muy
agradecido con todos por aceptarme y que Jesús habla solo por las noches y
ronca que da miedo.
Con el toque de familiaridad con
el que finaliza confirmo mi sospecha: Ángel Serrano llegó para quedarse, al
menos por un buen tiempo.
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