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23 febrero 2016

¡Cuando nos visitaron desde Argentina!

En el proyecto Cuadras Armónicas han participado varias personas a las que queremos reconocer por su esfuerzo y por su voluntad de compartir con nosotros sus conocimientos. Lo mínimo que podemos hacer es reseñar parte de su trabajo en nuestro blog. En esta oportunidad presentamos un pequeño perfil de los artistas que han participado con algún trabajo o muestra artística. Los invitamos, entonces, a que aprecien y disfruten el trabajo de nuestros amigos.

Hace unos meses, una amiga argentina visitó nuestro país y, por diversas circunstancias, conoció el trabajo del Colectivo ArtoArte. Se echó una pasada por las montañas de San Cristóbal, acompañada, claro está, de su inseparable mate y del acento que la delataba. Y nos dejó un bello regalo, una pequeña huella de su talento y su trabajo. 

Como muchos argentinos, su ascendencia está llena de mixturas y matices: mitad italiana y mitad indígena. Su nombre oficial: Belén Painefil Delucchi. Pero ella se nombra así misma en las redes sociales: "Painefilú" porque "en realidad, así debería haberse escrito siempre, sólo que los españoles lo cortaron, de modo que es simplemente para hacer un poquito de justicia". Ahora bien, para ganar en tiempo y en confianza se contenta con que la llamen "Bel", así, a secas. Hace unos cuantos años vive en Buenos Aires, donde ejerce y difunde su trabajo, pero es del sur de ese país, un sur que anhela y extraña. 

En una esquina del barrio San Rafael suroriental se asoman unos pajaritos, que reposan sobre unas ramas, acompañados, a su vez, por unas flores coloridas. La muchacha menuda, untada de pintura y con un overol que le queda grande, me cuenta un poco de su historia y de su estancia en nuestro país, mientras va dándole vida a esta calle. 

Su nombre, dice, proviene de la herencia europea. Muchos de los indígenas, y con ello sus nombres, en ese país austral, fueron eliminados, pues se consideraban salvajes y, lo importante en épocas pasadas, era copiar la doctrina y nomenclatura occidental. Fue una historia tristísima y cruel, ya que la mayoría de los pueblos aborígenes de la Argentina fueron arrasados. En todo caso, ella guarda ciertos rasgos precolombinos y, quizá por eso, es tan enfática al señalarme, a modo de prólogo de esta entrevista, las desigualdades, la historia y los vejámenes que se han cometido contra las comunidades indígenas de su país. 

Intervención de Belén. Barrio San Rafael suroriental. Septiembre de 2015.


Fabio Ramirez: ¿Cuándo empezó tu interés por el arte?

Belén Painefilú:  En realidad no podría dar una fecha exacta. Recuerdo que me gustaba recortar las revistas de tatuajes, las agarraba y las miraba porque me parecían una cosa adorable. Después de sacarles fotocopia, las recortaba para después pegarlas en la pared. Ya en secundaria empecé a tomar clases de guitarra, a tocar bajo y a interasarme por la música en general. Como en la casa no teníamos mucho dinero, gran parte de mi ropa la diseñaba yo misma, y eso me forzaba a ser creativa. Primero estudié música pero por diversas cuestiones, después terminé estudiando diseño. Aunque muchas cosas que me enseñaban yo ya las sabía y terminé aburriéndome. Comencé a dedicarme de modo mas profesional en el tatuaje cuando cursaba en la facultad de diseño.

Con el tiempo resulté en Buenos Aires y gané un espacio. Así, poco a poco, fui trabajando en el tatuaje y abandoné la carrera...en realidad, nunca terminé una carrera. A la gente le empezó a gustar mi estilo y ahora me dedico a mejorarlo. Ese estilo aborda, sobre todo, la naturaleza, lo que incluye: su dimensión botánica, animales terrestres, vida marina y aves. Gracias a ese interés me vinculé tangencialmente con el muralismo. Como toda la vida pinté, puedo decir que una cosa me llevó a la otra, hasta llegar acá a Colombia. Quizá lo único que hago es cambiar de superficie: de la piel paso a la pared y de la pared puedo pasar al papel. 

 Observa el proceso del mural de Bell en San Rafael S.O.
Pájaros y flores desde Argentina

Fabio: ¿Logras vivir del tatuaje?

Bel:  Mis deseos y sueños los empecé a plasmar en el tatuaje. Más que tatuadora, soy ilustradora. Enfocarme en el tatuaje me ha llevado a dictar varios talleres y a dar clases en la Universidad de Palermo. Y todo esto se ha expandido de un modo casi sin querer queriendo; creo que todo tiene relación en algún punto y, sin darme cuenta, terminé por sostenerme con este oficio.
 
Fabio: ¿...y hacia futuro? 

Bel: En principio, lo único que sé es que quiero seguir dibujando, ilustrando, trabajar en diferentes superficies, sea paredes, piel o texturas de papel. Quiero también seguir viajando por el mundo, conocer otros países y personas. Así como lo he hecho hasta ahora en Colombia. Aunque no niego que a veces me hace falta mi pueblo...me gustaría estar en el sur, pues allí la vida es muy tranquila. Disfrutar de las cosas sencillas que hacía: disfrutar del paisaje, andar en bici, dormir la siesta...jajaja.


Con esta carcajada, Bel termina y retoma su mate, antes de acercarse al muro para seguir pintando los pajaritos que ya empiezan a sobresalir y ser captados por uno que otro transeúnte curioso. Día y noche trabaja y, aunque parezca agotada, sólo veo en ella gestos de agradecimiento.


15 febrero 2016

¿Qué significa formar un colectivo?

En días pasados nos reunimos para enterarnos de las novedades, los chismes, las noticias, la coyuntura y para soltar uno que otro comentario sarcástico de la situación del país, de la ciudad y de la localidad. Miente quien diga que no gusta de rajar del prójimo y, bueno, sin rubor digo que nos hemos especializado en este tipo de arte. Como nos cuesta tanto la solemnidad y el histrionismo de la formalidad, cada reunión empieza, casi que instintivamente, con un chiste o una palabra mordaz. Es la forma de apaciguar los ánimos y de enfrentarnos a los conflictos, las discrepancias y las molestias que inevitablemente surgirán en las reuniones de trabajo. 

Bienvenidos humanos y perros. Barrio San Rafael Suroriental.


A mí particularmente no me gustan estas reuniones, pero sé que son necesarias. Son como las agujas, como sacarse una muela con caries o como ver perder al equipo de fútbol de tus amores (Independiente Santa Fe): son agotadoras, jartísimas, pero la mayoría de las veces necesarias para mejorar y para crecer. 

Digo, pues, que estábamos reunidos y empezamos a charlar sobre las fortalezas, dificultades, tensiones y problemas que conlleva el trabajo en colectivo. Salen a relucir las diferencias, a veces se alza la voz, una carcajada que se entromete, un vaso de gaseosa que interrumpe la sesión, y así, la conversación se va conduciendo a sí misma. Al final, no salimos del todo contentos pero tampoco caemos en el fatalismo. Yo pienso en lo distinto que es cada uno de nosotros, que la personalidad de uno es muy distante que la del otro: que a mí me gustan los videojuegos y el fútbol, y al otro, las lentejas con arroz medio crudas; que este sabe de acuarelas y el otro conoce los planos panorámicos del cine; que este otro se le salta el genio fácilmente y que el que empieza por F. es demasiado relajado. Que hay uno, más allá, que permanece en silenco. Y bueno, todos, de alguna manera nos entendemos en medio de nuestra diversidad. 

Cuando veo estas situaciones, recuerdo a Estanislao Zuleta, quien pedía más y mejores conflictos, antes que un paraíso de miel donde todas las cosas fueran fáciles y donde no existieran las discrepancias.

Me enorgullezco, entonces, de que nuestra inmadurez y la forma a veces infantil (la cual tiene su encanto) de asumir la realidad no opaque nuestra capacidad de escucharnos, de criticarnos y de encarar los disgustos con valentía y respeto. 

Árbol de palabras. Barrio Juan Rey.


Me voy, también, con una enseñanza que ya había reflexionado en días pasados: formar un colectivo es una apuesta política. En una época donde se vanagloria la eficiencia, la competitividad, el individualismo y las roscas de todo tipo, creer en una forma de trabajo colectivo es, pues, una forma de resistencia. Trabajar en grupo supone aceptar las diferencias, sobreponerse al discurso de la eficacia y el rendimiento, al individualismo utilitario y a los liderazgos sin oposición. Quizá trabajando cada uno por su lado se verían resultados más rápidos, más edulcorados y más acordes con las exigencias de estos tiempos; sin embargo, si cada uno estuviera aislado no tendríamos muchas historias qué contar, situaciones ridículas que compartir, divertimentos que gozar en compañía del otro. Creo que, en últimas, sería más aburridor y menos enriquecedor. Sí, sigo pensando que un colectivo supone una apuesta política, tal vez más sutil, tal vez menos explícita, pero por eso mismo, quizá más gratificante. 

Integrantes de ArtoArte.


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