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12 agosto 2015

San Rafael, una comunidad llena de adagios y héroes comunitarios.


En el año de 2008, y para conmemorar los 50 años de la creación de las Juntas de Acción Comunal, el Instituto para la Participación y Acción Comunal (IDPAC) organizó un concurso literario denominado "Crónicas de mi Junta". En este blog difundiremos algunas de las crónicas, particularmente aquellas que tengan una estrecha relación con nuestro territorio


Portada del libro "Crónicas de mi barrio".
San Rafael, una comunidad llena de adagios y héroes comunitarios. 
Crónica sobre el barrio San Rafael. 

Con frases sabias que reflejan la sabiduría de la gente mayor, los líderes comunales del barrio San Rafael se han ganado la confianza y el respeto de toda la comunidad. No solo por sus pegajosos dichos, sino por obras y adelantos que han mejorado la condición de vida de la población. Puentes peatonales, vías alternas y redes telefónicas fueron algunos logros de estos héroes comunitarios. "Golpear no es entrar”, “matamos al tigre y nos asustamos con el cuero”, “más vale pájaro en mano que ciento volando”, son dichos populares de decisión y fuerza de líderes comunales de San Rafael, quienes no perdían oportunidad para gestionar obras y servicios públicos. San Rafael es como la “botamanga de un pantalón”, decía la señora Inés, esposa del finado líder conservador Eurípides Bolívar, cuando estudiábamos el plano del barrio con el fin de organizar brigadas y hacer el reconocimiento de las manzanas catastrales, o de la malla vial para gestionar pavimentos y servicios púbicos.


Don Bolívar levantando un libro junto a la señora Inés.
Jorge Ramirez a la derecha. Biblioteca del Barrio San Rafael.
Años 90.
“Esa es la manzana C, donde está la concentración escobar Juana Escobar, llamada Guillermo León Valencia, y  el salón comunal”. "Esta es la manzana J del parque La Libertad, en donde está la casa vecinal y la cancha de futbol”. “Aquella, la manzana Y, la última del barrio, donde se impulsó la construcción de un tanque de agua comunal que surtía la parte más alto del barrio, y que no fue posible hacerlo. A Don Bolívar, un buen líder, el barrio lo recuerda por las obras que alcanzó durante su ejercicio en la Junta Comunal, como la del puente peatonal que comunica los barrios Libertadores y San Rafael.

Parque contiguo al Salón Comunal. 
Finales de los años 90. 
Con más de 50 años de edad, el barrio conserva aún su santo con el totumo, la varita y el pescado en sus manos rotas por el pasar de los años, guardado en el salón comunal en espera de alguna procesión. Cuando se pregunta a los antiguos fundadores ¿por qué el nombre?, recuerdan el barrio esta ofrecido al santo Arcángel de las aguas San Rafael.


Esto tiene algo de realidad porque aquí cuando no llueve, llovizna, “que páramo ¡Dios mío bendito! Qué forma de llover, esto es cielo roto, estamos emparamados de frío”, comentan. Don Óscar Emilio Lesmes (q.e.p.d.), líder comunal liberal y también presidente de la Junta, logró en su gestión los terrenos del salón comunal y de uso público. El señor Manuel García, don Epifanio Daza, don Samuel Rincón, la señora María Monroy (q.e.p.d.) y la señora Conchita, que tiene más de 90 años, fueron las primeras familias del siglo pasado que poblaron y fundaron el barrio, en terrenos que pertenecieron a una familia de apellido Morales.


Actividades en el parque contiguo al
Salón Comunal del barrio San Rafael.
Principios de los años 90.
En 1948 empezó la parcelación, la venta de lotes que median entre treinta y cien metros de frente hasta por cincuenta de fondo. Así nacieron Quindío, Morales y San Rafael. San Rafael tenía burro. Hace algunas décadas, cuando todo esto eran fincas, había el animal para la carga que ahora no se consigue. “Es muy útil el animalito, me ayuda mucho; todos los días baja y sube prestando el servicio de carga por la calle 61, la vía principal pavimentada hace más de 15 años, por la gestión de la Junta de Acción Comunal”.

En aquel tiempo cuando los vecinos empezaron a distinguirse, se ayudaban unos a otros. Las casas estaban construidas con palos, tejas, tela asfáltica, guadua; se alumbraban con velas de cebo, mecheros y una que otra lámpara Coleman. Se cocinaba en fogón de piedra y leña bajada del cerro. “La aguita la recogíamos de la quebrada Morales y de Nueva Delhi, ahí en la hacienda, también de los aljibes y 'manas' de agua. Con tarros y ollas cargábamos agua para los alimentos y para bañarnos el cuerpo, y con ese frío ¡Dios mio! y de madrugada, porque tocaba despachar a los maridos al trabajo". Don Antonio era el encargado de cuidar la hacienda Arboleda por allá en los años 50. Oriundo de Une, orientó la Junta Comunal como presidente; en su antigua volqueta Chevrolet acarreaba materiales para la construcción. Hombre trabajador que conoce el barrio desde sus inicios La gente lo recuerda cuando compraban el carbón mineral en su depósito.


Interior del Salón Comunal. Años 90.
El barrio está tapado, no hay vista hacia el norte ya que los cerros son una gigantesca cortina vede de niebla. Hacemos parte del páramo de Cruz Verde, un sector que tirita de frío y que recibe los ventarrones del invierno. Don Manuel García (q.e.p.d.), uno de los pioneros comunales, contaba que llegó al barrio en 1953. En ese tiempo los alrededores de la casa eran potreros extensos y el agua se tomaba de un nacimiento cercano. Las familias criaban ovejas, gallinas y patos, la leche se compraba de las fincas, pues había vacas lecheras. Aquí en la casa funcionó el único teléfono ‘razonero’ y comunitario que había.


Click aquí para ver la publicación completa.  
Como otro medio de transporte utilizábamos las flotas de la ruta a Villavicencio y en algunas ocasiones, taxi. En 1959, año en que se legalizó el barrio, vivían en San Rafael apenas 15 familias. Al año siguiente fue construida la escuela Juana Escobar por la Junta de Acción Comunal, mediante la marcha del ladrillo, los bazares y el trabajo dominical de padres de familia y directivos comunales. Su primer salón se amplió en tres aulas con el esfuerzo comunitario. Así surgió la escuela, mediante las famosas brigadas de trabajo donde participaba la profesora Filomena. Cuando llegó el profe Jorge Rivera, de ideas socialistas, la escuela pasó de llamarse San Rafael a Juana Escobar. Hoy la antigua escuela fue demolida, dando paso al inmenso edificio que está construyendo la Secretaria Distrital de Educación, donde habrá cupo por lo menos para 2.000 estudiantes.


Mira un compilado de fotografías de interés para el 
barrio San Rafael pinchando en este enlace. 
Desde entonces nuestro barrio ha crecido en número de pobladores. Actualmente somos más de 1.000. El transporte continúa siendo difícil, y la basura comienza a acumularse. Pero no todos son problemas, tenemos una casa vecinal, una sede adecuada para el salón comunal y dentro de muy poco, redes telefónicas suficientes.

Don Eurípides Bolívar afirmaba que cuando se aprobó oficialmente el barrio en 1959 contábamos con un población de 140 personas, cantidad que subió por causa de la masiva migración campesina. De estas, más del 60 por ciento son de origen boyacense. Las manzanas de la parte alta son las más pobres, están por encima de los 3.100 metros, siendo el asentamiento humano más elevado en Bogotá. Esto representa un problema por la carencia de agua potable. En el gobierno de Belisario Betancur, el M-19 llegó a los barrios del sur oriente instalado en San Rafael un campamento en la calle 61, entre carreras 15 y 16. Daban charlas y entrenaban muchachos que por curiosidad visitaban el campamento. Luego se fueron y no se supo de ellos.

El urbanizador señor Ocampo (q.e.p.d.) entregó dos buenos lotes comunales donde se construye el edificio educativo de primaria y bachillerato, y los terrenos del parque llamado La Libertad. En uno de los espacios del parque esta nuestra Casa Vecinal, iniciada por la Junta Comunal en el año de 1988. Empezó en casas de vecinas solidarias con la causa de la infancia. Así, poco a poco, el barrio se consolidó, y fueron naciendo los compadrazgos de bautizo, de confirmación, de matrimonio y primeras comuniones, estrechando los lazos familiares y construyendo el tejido comunitario. Las familias se reunían los fines de semana para celebrar con música, cerveza y cabrito. Los niños tomaban Kolkana con mongollitas negras, comprada en la única tienda que había y que era atendida por el señor Ramírez. Bailábamos hasta la madrugada y todo era muy tranquilo, poníamos los discos de acetato en una radiola de cuerda RCA Víctor. Ahora es tejo y rana, se escuchaba música y se juega fútbol. 

El Salón comunal se construyó con pica, pala y caretilla, con las partidas que se lograban con los políticos y también con la ayuda del Departamento  Administrativo de Acción Comunal Distrital. No faltaba el petaco de cerveza. Con la colecta entre los vecinos se compraba la gaseosa de las señoras y los niños, que acompañaban los domingos las brigadas de trabajo comunitario. La jornada dominical comunal se iniciaba con las notas del himno Nacional y Comunal. A las 8 a.m. sonaban los parlantes anunciando las actividades del día como reuniones, asambleas, colectas, brigadas de trabajo, anuncios sociales, fallecimientos y misas. Luego, la música de animación. “Hubo para dar y convidar”. “Es mejor llegar a la fiesta y no ser invitado”. “Al que madruga Dios le ayuda”. “Tómese un chocolárgese con una arepiérdase”. Eran formas de hablar y causaban hilaridad o reflexión entre los vecinos.


Actividad lúdica. Antigua cancha de microfútbol del
Colegio Juana Escobar. Años 90.
Por trabajo de la Junta, el tanque de cocinol fue instalado en el lote del señor Veloza. El preciado combustible que remplazó el carbón, la leña y la gasolina blanca fue uno de los floreros de Llorente, la pelea por hacerse a los ‘bidones’ partía desde el propio Ministerio de Minas. Tener cocinol suficiente desataba conflictos y peleas entre las familias.

Frecuentes eran las riñas y amenazas, luego apareció el gas en cilindros gestionado por la Junta Comunal y se acabó el conflicto. Ahora lo tenemos domiciliario. Es la Junta Comunal, así no se quiera reconocer, la que pone la cara a las necesidades del barrio. A pesar de que siempre se diga que la “Junta no sirve pa’ nada”. Es un calificativo que hizo carrera y se mantiene en boca de las personas que no se comprometen con el trabajo comunal. Sin embargo, "no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista". El alcantarillado, la luz, el agua domiciliaria, los teléfonos, el gas, son entre otras, las obras alcanzada por la Junta Comunal durante 40 años de acción por el bien común. Los pavimentos, el transporte y los bazares siguen siendo recuerdos del trabajo de la Junta Comunal que deja una profunda huella en la vida del barrio. “A caballo regalado no se le mira colmillo dañado”. Buen dicho cuando la Junta recibía donaciones. Una vez cogimos un ladrón y lo amarramos a un poste, le dimos una lección porque estaba robando las casas. Nos pusimos de acuerdo y los castigamos. En aquel tiempo nos tocaba hacer turnos entre los vecinos, salíamos a distintas horas con el fin de montar vigilancia porque el puesto del cabinero estaba en Altamira, bastante retirado del barrio. Había ladrones que venían de otros lados y los ‘pistamos’ hasta que al fin cayeron. 

Don Anselmo Daza, habitante nacido y criado en el sector, nos cuenta como “esto era muy bonito y se trabajaba elegantemente con las juntas comunales, uno de muchacho disfrutaba mucho en esta tierrita”. Con Claudia Pulido, primera mujer presidente de Junta Comunal en el barrio, se lograron con el IDU los pavimentos locales, fue un concurso interesante y la gente apoyó. Con el IDRD se construyó un buen escenario deportivo para el barrio. “La peor diligencia es la que no se hace”. “Nada se pierde con preguntar”. “El que no llora no mama”, son formas de emprender una iniciativa de beneficio común, como de aquella solicitud hecha por Víctor Cárdenas y Antonio Gutiérrez, directivos de la Junta Comunal, sobre el transporte de rutas para el barrio, la cual se logró mediante visitas y reuniones con los gerentes de Coopenal.


Sandra Mora (Izquierda) y Claudia Pulido (Derecha)
en la biblioteca del barrio San Rafael. Años 90. 
A  nuestra memoria comunal viene el recuerdo del alcalde Juan Martín Caicedo Ferrer y la primera dama, Lía de Roux, cuando visitaron y apoyaron al barrio con una biblioteca comunitaria, que ocupa un lugar de salón comunal cedido por la Junta y donde actualmente hay un curso de quinto de primaria.

Hace más de 15 años es tradición de la Junta organizar la Novena de Aguinaldos de los niños. No falta el detalle de la Junta en las nueve noches con ayudas del comercio, de los habitantes y de fondos comunales. Siempre hay algo que dar a fin de cuentas.


Eventos en el marco de la Novena de Aguinaldos.
Barrio San Rafael. Años 90. 
Por eso, “más vale tarde que nunca”.


Texto y fotografías por: Jorge Enrique Ramirez Velásquez

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