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06 septiembre 2015

En Santa Rosa se desgaja un aguacero. II Parte.


Breve historia del barrio Ciudadela Santa Rosa de la Localidad Cuarta de San Cristóbal, Bogotá.

Ramiro sostiene con fuerza una gaseosa que le he invitado mientras se queja porque “esto de buscar trabajo es muy duro, mi hermano”. Como en muchas otras partes del país, uno de los problemas más acuciantes para los desmovilizados es la falta de empleo, cosa que se debe, en parte, a serias deficiencias educativas y a los prejuicios de los empleadores. En todo caso Ramiro se la rebusca, como cuando trabajó sellando las casas de su propio vecindario, las mismas que estaban en riesgo geológico inminente.

— ¿Es cierto que este barrio, antes de la llegada de los reinsertados, era muy inseguro? Pregunto cambiando de tema sin previo aviso.

—Es que acá había pelaos que hacían lo que se les daba la gana: atracaban, asustaban a las niñas, metían cualquier droga. Lo que nosotros hicimos fue disuadirlos de que se fueran, y como sabían que aquí había desmovilizados, pues se asustaban y se iban. Esto duró un buen tiempo muy tranquilo, por eso es que usted ve mucho chinito por ahí de noche jugando sin problema.

— En la prensa hay artículos que hablan de todo lo contrario.

—Bueno, sí, ahora se ven problemas, sobre todo por los desplazados que han ocupado las casas que estaban selladas.

— ¿Cómo Edelmira?

­—Sí. Pero usted sabe, la necesidad es así.

Edelmira Mosquera llegó a la ciudadela Santa Rosa a ocupar una de las casas que quedaron abandonadas, luego de que el Consejo de Estado fallara en el 2007 a favor de la comunidad. El resultado: la indemnización de 319 familias con $45 millones de pesos a cada una por el riesgo que representaba vivir en Santa Rosa y, cómo no, una cantidad considerable de casas que se convirtieron en botín para los desterrados o para los avivatos.

—Mi hermano, qué solazo, ¿será que llueve? Bueno, camine lo llevo para que hable con ella —dice Ramiro, acabando su gaseosa de una sacudida. 

En un recodo del último bloque, que da a la montaña, se encuentra la casa de Edelmira, un apartamento atrincherado sobre unos bloques que se ven accidentados, como queriendo descolgarse. “Ay, alguien golpea a la puerta”, se escucha decir a una mujer, luego de nuestro llamado y al parecer hablando con su perro.

—Hola doña Edelmira, soy el muchacho de la entrevista.

—Ah, sí, sí, verdad, siga.

Ramiro se despide, luego de saludar a su vecina con un chiste que no entiendo. “Ahí donde lo ve, Ramiro es un desvergonzado, pero me cae bien, y eso que hasta podría ser de los mismos cochinos que me sacaron de mi Buenaventura”. Porque, sin duda, lo que Edelmira Mosquera más extraña de su tierra es el sonido de las olas alborotadas a las 6 de la tarde, en el malecón. A esa hora se sentaba sola o con sus hijos, mientras veía el sol esconderse entre los pliegues de las aguas del océano pacífico. También, no lo niega, extraña el bullicio de su gente, y los picós que tronaban con la Salsa Choke, los mismos que ahora escandalizan a un vecindario acostumbrado a los silencios y a las formalidades propias de la capital. “Es que mi gente, hooombre, es rumbera hasta morir”. Así se va expresando esta negra maciza, de ademanes cadenciosos y de risa encendida que llegó a la ciudad en el año 2013 como desplazada y que terminó ocupando una de las casas selladas de Santa Rosa.

—De aquí nos han intentado sacar varias veces, pero ya yo no me voy. Ya estamos haciendo una vida. Por ejemplo, a una de mis hijas, Yeimi, le encanta bailar y ya ha estado en concursos y todo. Y yo no niego que muchos de los que llegaron han traído problemas de inseguridad, pero es que los periódicos y la televisión también se la pasan exagerando.

— ¿Y no les preocupa que los saquen o que esta zona sea de riesgo geológico?

—Igual, no tenemos más a dónde ir. 

Casas ocupadas. 2012. Fuente:
http://www.rcnradio.com/noticias/pedazos-se-caen-las-casas-de-ciudadela-santa-rosa-67495

PASE AL FRENTE SEÑORITA

— ¡Yeimira Catalina Quiñones Mosquera, pase al frente!

Y Yeimi salió de la fila con su pollera salpicada de colores rojos y azules diciendo, con una sonrisa brillante: “¡listo profe!”. En sus caderas desplegó los ritmos de su tierra: el Bambuco Patiano, el Currulao y la Salsa, pero se defendió también con destreza en Bullerengues, Cumbias y Fandangos.  Todo lo que huela a mar pasa por sus torsos morenos con relativa facilidad.

A la misma hora, 10:30am, en la cancha del colegio Altamira, Jeison domina un balón resbaloso con elegancia y dureza. El bochorno se ensaña con los niños que persiguen la pelota, pero Jeison corre impávido, como si ese sol arrogante no fuera más que otro hincha de gradería. Se juega la vida contra 7-A.

DE NUEVO EN SANTA ROSA

Yeimi y Jeison llegan a sus respectivas casas cuando el almuerzo aún está en proceso. Cada uno con sus historias que contar, cada uno, con sus sueños y desvelos de fútbol y de bailes.

—Me acuerdo cuando ese vergajo de Jeison se perdió con Yeimi en la quebrada. Duraron casi todo el día y yo casi me muero —dice Edelmira cuando pasa su hija por la sala con un jadeante “buenas tardes”.

—Pensé que vivían de pelea.

—Ah, esos son muy buenos amigos. Usted sabe que los pelaos siempre discuten por bobadas­—enfatiza al salir un momento de su casa para indicarme quién es Jeison, el cual se pierde en las escaleras de la calle. Apenas alcanzo a reconocerlo por su silueta.


***

 Cuando salgo de la casa de Edelmira para no interrumpir su almuerzo voy a la cancha y al salón comunal, que están emplazados en el parque principal de la ciudadela. Allí suelen darse cita los eventos que aglutinan a la comunidad, como las Ollas Comunitarias o los Encuentros Vecinales. También en este espacio, quizá por su centralidad, han trabajado organizaciones, fundaciones y ONG´s de las más variopintas: Que el Ministerio de Defensa, que el ICBF, que la USAID, que la ONG Proyectar Sin Fronteras, y así, hasta que se van acabando los dedos de las manos para contar. Y a pesar de todo, ha sido útil, porque “son, como dijo un conocido, toda una infraestructura para la paz…ojalá esto se sintiera en otros barrios”, a decir de Carmen Díaz, la líder comunal con la que me entrevisté en días pasados.

Con ese panorama en mente, y con una nube pálida que se iba asomando muy sosegada, encontré a unos muchachos que estaban interviniendo la fachada del salón comunal desde hace ya varios días. En una de sus paredes, en la corona del muro, se leía una frase hecha a base de baldosa, muy colorida y juguetona que decía: “acá se juega con amor”. Después de horas de acercarme con paciencia, logré conversar con quien parecía dirigir la obra. Su nombre: Jesús David Suárez, artista plástico y director del Colectivo ArtoArte, una agrupación dedicada a la generación de una cultura de no violencia por medio de las artes. Casi sin preguntarle me va explicando que lo que ellos buscan es indagar acerca de cómo se generan nuevos sujetos sociales y cómo se construye memoria por medio del juego y del buen trato, particularmente en la infancia. “Queremos generar una apropiación social de la memoria, es decir, mostrando que la memoria y el patrimonio local se producen en los actos de la cotidianidad. Para esto es importante recalcar que todos las personas, incluidos esos niños que están en ese cancha —las señala con un dejo de su boca— tienen derecho al arte y que eso es algo que ni la violencia les podrá quitar”. 


Salón Comunal de Santa Rosa. Antes de la intervención Plástica por
el Colectivo ArtoArte.


Salón Comunal de Santa Rosa. Después de la intervención Plástica por
el Colectivo ArtoArte.

Yo siento que lo que él dice sintetiza mucho de lo que tantas organizaciones han intentado hacer en Santa Rosa, unas con más éxito que otras y recuerdo lo que un vecino cuyo nombre ya no recuerdo esbozaba sobre un tradicional evento convertido en patrimonio para los habitantes de este sector: El Festival de Cometas por la Paz. “En el Festival de las Cometas todos juegan, sin importar el color, o de si es desplazado, desmovilizado, ocupante, eso no importa, lo único importante ese día es acompañar a los niños en su disfrute”. 

Niños en el Festival de Cometas por la paz. 
Fuente: 


Veo al rato que la cancha se llena de bullicio. Unos niños que juegan al balón tropiezan con unas niñas que improvisan una rayuela en el piso. Se gritan, se empujan y se ríen. La tarde va adquiriendo una tonalidad grisácea. “Va a caer un aguacero bien tenaz”, dice Jesús David, al tiempo que me percato de la presencia de Yeimi y Jeison. Pelean, se tiran balones y se provocan, pero también se lanzan miradas de complicidad. Quizá recuerden cuando se perdieron en la quebrada, a orillas del Zuque, el gigante que, según la mitología, tuvo amoríos con la Chiguaza para poblar toda esta zona de agua y de pájaros. Quizá recuerden que entre matorrales vieron volar al Cucarachero, al Tángara pechi rojo, al Carbonero pechi amarillo, y que los señalaron con el dedo, porque ya casi nadie sabe sus nombres. Seguramente recuerdan cuando se atravesaron por los caminos del Chusque, del Raque, del Saltón y del Pegamoscos. Seguramente se mojaron en esas quebradas por las que antes se deslizaba el Capitán de la sabana y el Capitanejo. Todo eso seguramente recuerdan, mientras se hacen muecas de desafío en la cancha de microfútbol y mientras una inmensa nube negra empaña la tarde. 

***
Del cielo empiezan a caer unas gotas caprichosas que me empujan con todo y frío a una tienda esquinera. Al tiempo voy reflexionando sobre este barrio y cómo en él cobran forma localmente aspectos de interés nacional: la reconciliación, la convivencia entre víctimas y victimarios, la memoria, y una niñez que crece en medio de un futuro incierto. O prometedor, si esos niños que se mojan en la cancha persiguen sus sueños de gambetas y de contoneos, cortando de tajo todo vínculo que los una con la guerra.

La lluvia se toma confianza y cae, ahora sí, con determinación. Desde la tienda observo a Jeison y a Yeimi que juegan sin importarles la facha. Ríen de nuevo, gritan de nuevo, se ensucian y se lavan. Parece no importarles el regaño seguro que les espera. Los tejados crepitan. Yo pido un tinto que, “por favor, esté bien calientico”.

— ¡Uff, qué helaje tan berraco! —digo lanzando al aire la expresión.

El dueño de la tienda ríe con familiaridad y dice:

—Ahora sí, ¡se desgajó el aguacero en Santa Rosa!


*Los nombres fueron modificados por seguridad de las fuentes.


REFERENCIAS
  • Espacios de reintegración: prácticas de participación comunitaria y transformación del espacio social en la Ciudadela Santa Rosa. Iván Camilo Rodríguez Torres, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 2013.
  • Del grupo armado a una comunidad urbana: integración, acción y participación en la ciudadela santa rosa. Ivón Liliana Forero Gómez  Rafael Francisco De la Ossa Archila. Universidad del Rosario, Bogotá, 2011.
  • Reintegración de excombatientes y construcción de paz, barrio Santa Rosa en Bogotá. Un estudio de caso. Darío Villamizar Herrera. Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 2010. 

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