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31 agosto 2015

En Santa Rosa se desgaja un aguacero. I Parte.


EN SANTA ROSA SE DESGAJA UN AGUACERO
Breve historia del barrio Ciudadela Santa Rosa de la Localidad Cuarta de San Cristóbal, Bogotá.


YA SON CASI LAS SEIS
A las 5:45 de la mañana, Yeimira Catalina Quiñones Mosquera*—como le gusta que la llamen cuando la hacen pasar al frente— recordó las clases de baile y se sacudió de sus cobijas con violencia.
—Yo ya le iba a echar era agua, mijita. — Dijo Edelmira Mosquera, su mamá.
Quince minutos antes, Yeimira luchaba contra sí misma para despertarse. En el desenlace de un sueño escurridizo, sólo atinaba a balbucear palabras que se iban apagando:
—Ya mamáááá, ya me paaaaro…

Y volvía a dormirse arrellanándose y suplicando “cinco minuticos más, mamita”. Pero “el baile Yeimi, el baile, apúrele que hoy tiene su clase”, y Yeimi, abriendo al instante sus ojos reaccionaba con todo su cuerpo en un santiamén, olvidando qué era eso de tener pereza y qué era eso de tener que ir a la escuela.

***
A la misma hora Jeison Alberto Palacios ya se encontraba en la mesa comiendo huevos revueltos, pan, chocolate y un trozo de queso campesino que le dejaron envuelto en la nevera. Come con diligencia, y al tiempo aprisiona entre sus piernas una tula con un balón de microfútbol. Hoy tiene partido contra 7-A y eso es lo único que le interesa en la vida al hijo de Ramiro Palacios.

—Oiga Jeison y hoy sí le dejó el miedo a la ducha ¿no? — dice Ramiro mientras se arremanga una camisa.

—No pa, si hoy es la semifinal, si ganamos nos toca contra Octavo— contesta Jeison casi atragantándose de agitación.

—Bueno, pero no se le vaya a olvidar venirse con sus hermanas y llamar a su mamá si se demora en el colegio.

—Sí, señor. ¿Pa, me puede prestar 1.000 pa` completar la gaseosa?

Ramiro no gusta del empalago, pero demuestra su cariño regalando los mil pesos con la condición de que “no se vaya a quedar toda la tarde jugando fútbol”. A unos segundos de partir, Jeison enfático reclama:

—Y si ganamos la próxima semana me presta mil quinientos.
— ¡Ah!, ¡qué tal este! Bueno, hágale más bien que ya se le está haciendo tarde.  

EL FRÍO EN LA CIUDADELA SANTA ROSA
Al subir a la Ciudadela Santa Rosa lo primero que se siente es la insistencia del viento, que baja con fuerza desde los Cerros Orientales. A la vera de la antigua vía a Villavicencio, al Suroriente de la capital, se levanta un pórtico malogrado que dice: “El Portal de Santa Rosa”, indicación que antaño funcionó como gancho comercial. Veo la escorrentía tímida de aguaceros pasados. Una calle, dos calles, tres calles, todas empinadísimas y con escaleras desportilladas por la humedad. Y al fondo, el Cerro del Zuque o Zoque, vocablo muisca que traduce: páramo de tempestad, envuelve el paisaje de un barrio que reclama su lugar en la historia de la Localidad Cuarta de San Cristóbal.

Pórtico que da entrada al barrio Santa Rosa. Localidad de San Cristóbal.
Bogotá. Foto: Fredy Triana Vargas.

Construida sobre cuerpos de agua que desembocan en la quebrada Chiguaza, afluente a su vez del río Tunjuelo, la ciudadela tomó su nombre de la constructora Santa Rosa S.A., ya liquidada, sin tener en cuenta la vulnerabilidad ecológica que representaba edificar sobre terrenos inestables. Ignorando tal situación, para el año 1992, la administración de Jaime Castro, por medio del Departamento Administrativo de Planeación Distrital, expidió la licencia de construcción que abonaría el terreno para futuros conflictos.

Georreferenciación de Santa Rosa en la ciudad de Bogotá.
Google Maps.

***
Don Isauro vive en esta zona desde hace casi medio siglo, cuando el paisaje estaba dominado por potreros y calles destapadas. Conoce de cerca la historia de la ciudadela, tanto que me endilga con precisión: “mijo, usted ni había nacido cuando del Zuque se sacaba arena pa´ asfaltar las calles de Bogotá”.  Don Isauro vive ahora en el barrio Moralba, al sur de Santa Rosa, y recuerda con facilidad cuando en el año de 1969 en El Zuque comienzan operaciones, cuando en 1980 la explotación de la montaña paró y cuando en 1990 la planta de asfalto cesó sus actividades. Tiene muy fresco en su memoria el día que la quebrada Chiguaza se enfureció de tal forma que en 1994 se desbordó llevándose consigo un amasijo de palos, piedras y vidas que fueron comidos por un lodazal oscuro. “Por eso es que uno no entiende, mijo, cómo es que se les ocurre construir un poco ´e bloques allá donde justamente pasan las quebradas”.

— ¿Las casas empezaron a dañarse?
— ¡Obvio! Pero es que la avaricia es tenaz y, claro, la necesidad de la gente—dice mientras hace un paneo con su índice derecho de la ciudadela. 

Entre 1995 y 1998 la Constructora Santa Rosa S.A. ejecutó las obras que darían forma a la actual ciudadela. Pasando por alto los riesgos ambientales y sin tomar las medidas técnicas adecuadas, las faldas del cerro se llenaron de cemento y ladrillo. En total, 325 casas fueron construidas y vendidas como viviendas de interés social.

— Pero, claro, mijo, después vendrían los problemas: que las deudas con los bancos, que las grietas en las baldosas, que se entraba la humedad, que llegaba gente desconocida.

— ¿Ahí fue cuando llegaron los desmovilizados y los desplazados? —pregunté con cierta ansiedad. 

—No, eso fue con el tiempo. Vea, es que si usted quiere estudiar la historia de Santa Rosa debe hacerlo como si fuera un libro de tres partes: primero, la construcción de las casas y los primeros vecinos; segundo, la llegada de los excombatientes y tercero, la llegada de los desplazados.

ALGUIEN GOLPEA A LA PUERTA
Hay un sol mañanero inclemente el día que logro reunirme con Edelmira y con Ramiro. “Este sol es de pura lluvia”, me dice un señor que los conoce a ambos, un tipo menudo que se hace sombra con su gorra y quien me está guiando a la casa de sus vecinos. Al caminar, sobresalen las casas que dicen “ocupada”.

—Esas son las casas de los desplazados. Les tocó así, cogerlas de afán. —me comenta, sin que yo le haya preguntado.

De una de las puertas de una casa amarilla sale Ramiro intempestivamente.
—Ah, usted es el pelao de la entrevista. Camine me acompaña a la tienda y me va preguntando —me dice despidiéndose con informalidad de su vecino.

Es un hombre delgado, con mirada fija y pómulos sobresalientes. Su tez trigueña está cuarteada en sus brazos por unas rajaduras blanquecinas.
—Estas me las hice en combate. Y estas otras —sonríe con picardía cuando las señala—sí fue cuando era chino y me aventaba al río, por allá en el Cauca.

La guerra le quitó muchas cosas, pero no logró quitarle lo dicharachero. Que las órdenes, que las enfermedades, que las penumbras de la selva, que el “¡uno, dos, uno, dos! ¡Arrr!, ¡sí, mi comandante!” no eran para él. Y, claro, que hacer cosas de las “que usted ni se imagina y que es mejor no contarle” a veces lo desvelan. Pero no importa porque “todo lo que hice mal, ahora lo estoy transformado en cariño para mis hijos y en un futuro para mi familia”. Cuando Ramiro llegó a la Ciudadela su hijo Jeison estaba apenas de un año, y “véalo, es un crack, sólo piensa en fútbol. No le interesa si es hijo de un excombatiente de tal o cual grupo ni que sus vecinos sean víctimas de una u otra organización. Ya es otra generación que se ha desprendido de tanto odio. Hoy mismo, esta mañana, me sacó 1.000 pesos con la excusa de que tenía que jugar un partido dizque importantísimo”.

Casa ocupada en el 2013. Fuente:
http://www.elespectador.com/noticias/bogota/santa-rosa-urbanizacion-problema-articulo-415265
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Carmen Díaz, una figura clave en la historia de este barrio y quizá la primera desmovilizada en ejercer la presidencia de una Junta de Acción Comunal en San Cristóbal, me diría semana antes que “aquí es muy fácil encontrarse con historias parecidas a la de Ramiro, y nuestra historia en este barrio está llena de anécdotas de ese estilo”.

En el año de 2001, luego del notable deterioro de las viviendas, los habitantes de la ciudadela Santa Rosa presentaron una Acción Popular que, con los años, llegaría hasta el Consejo de Estado. Durante el transcurso de la solución al litigio, el Distrito declaró formalmente la zona como de riesgo geológico, lo que, sumado a las deudas con los bancos y al no pago de las cuotas de los inmuebles, desembocaría en el abandono o desalojo de numerosas casas. “Como el gobierno daba un dinero a los reinsertados, muchos lo terminamos usando en la compra de las viviendas que quedaron abandonadas y que el banco estaba rematando”. Entre el año 2004 y 2005 llegarían los primeros desmovilizados a un barrio que tenía quiebres, roturas, desbarajustes aquí y allá, sin embargo, “las ganas de tener su propia casita, después de tantos años de no tener nada fijo, le ganan a uno”.

La llegada de los reinsertados supondría un nuevo episodio en la historia de este barrio. Llegarían las ayudas gubernamentales, la cooperación internacional, las ONG´s. De algún modo, Santa Rosa era lo poco que tenían para mostrar las instituciones en materia de reintegración. “Acá llegaron hasta japoneses para ver cómo guerrilleros y paramilitares podían entenderse sin matarse”. Al principio generó miedo en los vecinos la presencia de excombatientes, pero, “es paradójico, el estigma acá sí nos sirvió, pues hasta montamos una cooperativa de seguridad que fue apoyada por los habitantes del sector y le cuento, joven, que fue muy efectiva”.  

Apertura de la biblioteca interactiva comunitaria de la ciudadela Santa Rosa, iniciativa apoyada por el Área de Reconciliación de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación (CNRR), el Programa de Reinsertados de la Alcaldía de Bogotá y la OIM. En la fotografía aparece el anterior Alcalde de Bogotá Samuel Moreno y otras personalidades públicas, así como una líder comunitaria. Fotografía tomada de la página web de la CNRR, de la noticia: “Biblioteca comunitaria en Santa Rosa abrió sus puertas”, mayo 9 de 2008. Fuente: DEL GRUPO ARMADO A UNA COMUNIDAD URBANA: INTEGRACIÓN, ACCIÓN Y PARTICIPACIÓN EN LA CIUDADELA SANTA ROSA. Ivón Liliana Forero Gómez  Rafael Francisco De la Ossa Archila. Universidad del Rosario, Bogotá, 2011.
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24 agosto 2015

Reflexión ¿Qué significa formar un colectivo?

Hay excusa para rato

Desde hace un par de días he venido pensando y reflexionando sobre aquello que hemos denominado en nuestro grupo de trabajo: “excusa”. Así nos referimos para llamar a ArtoArte. 

No sé si pueda afirmar que la excusa no es más que el espacio; un espacio ambiguo donde no hay más que la amistad, ideas y las ganas de tomarse un tinto o una pola mientras se charla sobre las expectativas de si es posible o no, de cómo se va hacer y de qué hay de nuevo para gestionar. Por ahora no sé, y tampoco sabría si alguno tiene claro si esta excusa nos vaya a durar toda la vida; pero de lo que sí puedo hablar es que, por hora, seguimos aquí, como dice el adagio popular: “en pie de lucha”. Soñando, creando y gozándonos el hacer, mientras esperamos que pase algo.

Lo que sí puedo contar, es que ArtoArte no es lo que hasta algunos años fue; puedo mencionar que en el pasado el colectivo no pasaba de dos personas. Debido a eso, no se requería más que una visita y un poco de energía para madrugar cualquier día de la semana, ayudado con una maleta cargada de pinturas y buscar  un  espacio para enriquecer, o como nosotros hemos querido llamar: Armonizar o Intervenir. 

Desde el momento en que nos encontramos en la calle  no solo nos topamos con muros, sino también con personas, animales, una inmensa vegetación, calles, casas, cuadras y muchas otras cosas que hacen de estos sitios un espacio hermoso y enriquecedor. Por eso creemos o, mejor, creo que lo que hemos hecho es  armonizar e intervenir en la búsqueda de generar diálogos entre todo lo que rodea estos lugares. E intuyo que eso es lo que seguimos haciendo.

Hoy el colectivo es un grupo, un grupo de amigos, de compañeros que han llegado por muchas razones. Deseo mencionar aquí tres razones por las cuales considero que aún seguimos dando lora: en primer lugar, las ganas de conocer, de aprender del otro y de poder mostrar las habilidades en las cosas que cada una sabe, ya sea en la cocina, en la escritura, en la construcción, en las artes visuales o en las artes plásticas. 

La segunda razón son las ganas de expresarnos, de salir y contar en grupo nuestras experiencias, como el hecho de haber nacido, crecido y seguir viviendo a diario en estos barrios del sur de la ciudad. Y de paso, descubrir aquello que aún no nos han contado.


La tercera y última razón que considero nos mantiene unidos en Colectivo es: la amistad. Ese compañerismo que se entrelaza con las ganas de gozarnos la vida, y como nos recuerda de vez en cuando Fabio: ¡de divertirnos! O, como lo dice él en sus propias palabras, asumir “la filosofía Tomsoyeriana”, que sé, algún día nos regalará al resto del  mundo.


Árbol en Juan Rey. Grupo de amigos.

Es la amistad la que muchas veces se pone a prueba, la que se aguanta la terquedad, torpeza, pereza y la que, en algunas ocasiones, se pone contra la espada y la pared. Es la amistad la que soporta extensas jornadas de trabajo, la que nos escampa del frío y las lluvias; la que se aguanta las largas tardes de diálogos y negociaciones para sacar adelante los proyectos e iniciativas del grupo. Es ella misma la que, en algún momento, distensiona el ambiente con algún comentario o chiste inesperado que aporta a la incesante mamadera de gallo. O es ella la que aparece cuando alguien dice, de buenas a primeras: "bueno, yo gasto las empanadas esta vez", y el otro replica: "listo, pero no se le olvide el ají". 

Es esta, a final de cuentas, la razón que merma el fuego de los malestares a los que ningún grupo es ajeno. Es la amistad la que nos une y nos hace entender al otro en sus riquezas y en sus tormentos, en su variedad de genios, en los afanes o, como ahora decimos, en sus ataques de chikunguña.  

Al  fin y al cabo, es  la amistad las que nos  muestras que estamos aquí para continuar con la excusa de  ArtoArte, a sabiendas de que cada día este se ramifica más en humanoides, perrunos, calles, casas por colorear, barrios por narrar y fronteras que cruzar o bicicleteadas por programar.

En conclusión, la palabra colectivo supone, para mí, aquellos espacios para compartir, conocer y hacer; donde la fuerza de construcción va en un primer impulso (nodo), desde la individualidad de cada cual para compartir y  continuar conociendo y dejándonos conocer (red) con el otro. Abriendo espacio a eso que nosotros denominamos excusa, esperando su reafirmación y ramificación por lugares, personas y experiencias aún insospechadas. 

Por: Jesús David Suárez Suárez

18 agosto 2015

Cielo Roto. Historia del barrio La Belleza

Historia del barrio La Belleza. 


Corría el 23 de febrero de 2015. Me encontraba en la búsqueda de un relato que contar. Ya hacía algunos días había hecho un recorrido desde el vetusto Instituto Para Niños Ciegos, hasta la fantasmagórica casa ubicada en la calle 11 Sur con carrera Séptima, hecha de ladrillos, piedras y leones tallados en su fachada. En esos días, había llegado a golpear más de una puerta en busca de alguien que pudiera brindarme información histórica de aquellos sitios. Golpeé en el Instituto Para Niños Ciegos; recuerdo que me recibieron de buena manera aunque sin pasar de la puerta. Sólo recibí un correo en una hoja de papel, para pedir mi solicitud. Llegué a la imprenta de Bogotá pero no obtuve más respuesta que: “busque por internet”. También arribé al histórico barrio Villa Javier en donde la Casa Campesina me atrapó al primer momento, pero tampoco tuve una respuesta positiva, y fue así como terminé en la casa de la 11 Sur, donde me dijeron: “Vuelva luego”. Recuerdo haber acudido a la Alcaldía Local en búsqueda de información que pudiera servir de base para mi relato, pero no fue suficiente, ya que sólo me dieron datos de un diagnóstico local, con cifras. Sin embargo yo buscaba algo más, una historia, detalles de un tiempo pasado, de algún espacio o sitio perteneciente a San Cristóbal. Así que ese 23 de Febrero, abrí mis ojos, observé el cielo azulado, el sol que resaltaba el verde de las montañas, escuché el Río Fucha y decidido fui en busca de mi historia.

Mi búsqueda me llevó al Archivo de Bogotá con la esperanza de que allí si pudieron encontrar detalles más concretos de San Cristobal, quería saber de la evolución que hemos tenido, de cómo era todo antes, es decir, de cómo se vivía hace mucho tiempo, cómo eran las personas que forjaron la historia de este territorio que tiene más de 1.000 años. Solicité varios libros que contaban sucesos que no se me había ocurrido preguntarme antes, muchas historias. Está, por ejemplo, la del “Cielo Roto” o de la Belleza, historia de un barrio que no conocí, o bueno, que no conozco profundamente, pero que sí he escuchado nombrar y he visto de una manera superficial. No he ido aún a ver cómo es hoy en día, pero conocí su pasado y me pareció una historia llena de superación, de compromiso, de entrega y lastimosamente de desapropiación, pero es mi percepción personal. Ahora, quiero compartirla en estos momentos para que cada uno tenga su propia opinión.

Antes de relatar la historia del barrio la Belleza, quiero hacer memoria de la Localidad en general, ya que encontré otros datos que pueden ayudarnos a contextualizarnos. San Cristóbal es un territorio ubicado en la cordillera de los Andes colombianos, circundando las montañas, donde algunas superan los 3.500 metros sobre el nivel del mar. La localidad cuenta con tres sectores o partes: la parta baja, donde resido yo, y se encuentran las construcciones mas antiguas de la localidad, donde realicé mi recorrido primeramente; la parte media, que es donde habita gran parte de la población; y por ultimo, que es nuestro territorio clave, donde ubicamos a La Belleza, que es la parte alta, alrededor de los 3.000 metros sobre el nivel del mar, con una temperatura promedio de 12 grados centígrados y un clima de páramo.

Entre 1890 y 1905 empezó esta historia. El suroriente de Bogotá era una zona rural, donde existían haciendas como: La Milagrosa, Las Marías, La Fiscalía. Hacia esa época se creó el primer asentamiento residencial llamado San Cristóbal. Posteriormente, en 1915, surgió el barrio San Francisco Javier (Villa Javier), más adelante en 1920 surge el 20 de Julio, y ya para la década de los cuarenta surgen otros barrios como Vitelema, Santa Ana, Santa Inés o Suramérica; así fueron pasando los años hasta que en la década de los sesenta nace en la zona alta rural, la Belleza.

En 1963 Don Pedro Palacios, un pensionando de la Secretaria de Obras Públicas, nacido en Facatativá (Cundinamarca), llega a este territorio. Su testimonio, con la de varias familias fundadoras del barrio, son las que sirvieron para la reconstrucción más cercana de la Belleza en ese año, existían unas fincas llamadas Valparaíso, Los Pinos y La Belleza. El señor Álvaro Abondano fue contratado por los dueños de las fincas para parcelar y vender. Cada lote tenía un tamaño de 676 metros cuadrados, con un valor que oscilaba entre los 8.000 a 10.000 pesos. Los interesados debían pagar una cuota inicial y el resto a plazos, una vez que las personas habían cancelado la primera cuota le daban autorización para habitar el predio.

Pedro Pablo recuerda que el día que llegó, casi no lo deja entrar el señor Pacho Bolívar, quien era el administrador de la finca, pero una vez adentro en el predio, el mismo día tuvo que levantar paredes y techo con palos, cabuya, cartón  y latas. Las personas tenían que permanecer seis meses en el predio para que diera posesión, y si alguna persona debía dinero, se hipotecaba el predio y se acordaban las cuotas de pago.


"Cielo Roto". Por Kevins Castillo.
En ese entonces las condiciones eran muy difíciles, la altitud que llegaba a los 3.000 metros sobre el nivel del mar generaba temperaturas entre 9 y 12 grados centígrados, también la mayor parte de los días permanecía lloviendo,  hacía mucho frío, por lo cual sus habitantes decidieron llamar cariñosamente al barrio “CIELO ROTO”, según las versiones de Don Efraín, quien también pertenece a las veinticinco familias fundadoras.

La lluvia constante, los fuertes vientos, el frío, la inclinación del terreno, hicieron que las casas fueran improvisadas con cabuya, tela asfáltica, latas con palos y tejas que se caían; por lo que según nos cuenta Don Efraín, muy pocas familias se “amañaban”, incluso, algunos niños murieron de frío. Muchas familias, después de permanecer durante días y meses, decidían vender y se iban, y los pocos que quedaron se vieron obligados a reconstruir sus hogares con ladrillos o bloques. Algunos, además, pagaron misas en Juan Rey, el 20 de Julio y en el Voto Nacional para que el clima mejorara. En ese entonces las misa eran celebradas con procesiones, pólvora y voladores, claro que dependía del dinero que se hubiera podido reunir. Don Pedro y Don Efrain recuerdan que existían muy pocos casas, el resto eran cultivos de arveja y papa, o terrenos de pastoreo de chivos y vacas.

El traslado de sus hogares a sus trabajos o a otros sitios de la ciudad era muy tedioso, ya que tenían que caminar hasta el 20 de Julio para coger transporte; si el paso era constante y bueno, se gastaban unos 40 minuto de ida bajando, y una hora y media de regreso. En esos días, el barrio no contaba con servicios públicos, el agua era obtenida de una quebrada llamada Verejones (más conocida como El Zancudo) o de algunos nacimientos naturales. Para esa época el agua era limpia y cristalina; también se construían pozos sépticos en los predios, y el agua residual era botada en el mismo lote.

Hacia 1970, la energía era transportada de un alambre sujetado a los árboles, desde el barrio Quindío, que era otro barrio en formación. Esta energía era de contrabando, por lo que cada familia debía hacer su propia conexión El neutro era una varilla clavada al suelo, por supuesto, la luz era muy bajita. ¡Al bombillo se le tenía que ayudar con una vela! Exclamó Don Efrain. Dentro de toda las necesidades primordiales de estas familias, una de las más importantes era el estudio de sus hijos, por lo que los esfuerzos se concentraron en la construcción de una escuela.

Los hijos de los primeros habitantes, iban estudiar a la escuela veredal de Juan Rey, que ya estaba a punto de caerse. El largo trayecto de la casa a la escuela y la mala estructura, llevó a los habitantes a pensar en construir una escuela en su sector. Don Pedro Pablo, Efraín Forero y Paulino Urquijo, llamaron a Álvaro Abonando, el intermediario que vendió los lotes, para que les diera las escrituras y los planos, para establecer el sitio donde se construirá la escuela. Observando los planos, se dieron cuenta que contaban una zona verde de 1.014 metros cuadrados, ¡Este es el sitio para construir! Exclamo Don Pedro Pablo a sus vecinos. El gran inconveniente era lo inclinado del terreno, aunque la parte alta del sitio era plana y allí se decidió construir la primeras aulas.

La jornada escolar inicio el 18 de septiembre de 1968 en la casa del señor Juan Vallejo, en el salón se encontraban 15 estudiantes de primaria con una maestra identificada como la señora “Matilde". La ANAPO (Alianza Nacional Popular), les regaló cuatro pupitres con butacas y sillas en las que de milagro lograban sentar a los estudiantes, mientras a partir de brigadas de trabajo integradas para la comunidad, se construía la escuela.

Para obtener dinero y materiales de construcción, se realizaron dos corridas de toros. La primera fue un éxito total, pero la segunda dio pérdidas. Tan solo hasta 1.971, la escuela empieza clases en su propia sede, en la calle 64 sur No. 10-39 este, donde aún continúa funcionando. Se inició con una planta física de bloques, encerrados con alambres de púa y cinco aulas prefabricadas. Entre 1.984 y 1.985 se crea el encerramiento en ladrillo de la escuela, a causa de la inseguridad y la incomodidad del ingreso de vacas, un segundo piso y en octubre de 1.998 se terminó de construir la escuela.

El cuerpo docente y el director Guillermo Montenegro vieron la necesidad de crear una jornada secundaria, pues se dieron cuenta que un 80 por ciento de los estudiantes que terminaban primaria deambulaban por las calles. Es así como en 1.996 se inicia la secundaria, con un total de 150 estudiantes matriculados, que debieron asistir a la sede de la Junta de Acción Comunal, que quedaba pegada a la institución educativa, como aula escolar durante un tiempo. De eta forma la escuela de transformó en el Centro Distrital La Belleza.


Institución Educativa de la Belleza. Google Earth.
El tiempo iba pasando y por el mismo proceso de poblamiento del sector, aumentaron las necesidades de servicio públicos; recordemos que el aumento de habitantes no solo fue en la Belleza, sino en todo el suroriente. En la época de los sesenta surgieron sectores deprimidos que no poseían servicios públicos, y los pocos barrios que tenían servicios, eran de mala calidad.

Esto generó protestas sociales. Don Antore Galicia, del barrio, nos cuenta que en 1.973 los habitantes de Juan Rey organizaron un paro cívico, donde durante varios días impidieron la entrada y salida de vehículos por la vía que comunicaba a Bogotá con el Llano. La petición apuntaba a una mayor inversión destinada a satisfacer las necesidades de agua,  alcantarillado, energía eléctrica y rutas para los diferentes barrios.

Según Don Antonio, fue tan “Duro el paro” que hubo muertos y encarcelaron a más de uno por enfrentamientos con la fuerza publica, o incluso a algunos que no tenían nada que ver con la protesta. Don Antonio fue uno de ellos y recuerda: “Venia de trabajar de Siemens, cuando en la Victoria nos echaron a 140 en un camión, éramos hombres, niños, mujeres, ancianos, cuantos pudieran coger".

"Llegamos a la estación de Policía de San Cristóbal y nos recibieron a atadas y bolillo, con lo que pudieran golpearnos; en eso cayeron niños y ancianos que no se podían levantar de la golpiza”. Sin embargo, Don Antony, el Alcalde y las administraciones de Distrito tenían miedo a otro paro, así fue como llegaron los servicios públicos y mejoraron su calidad de vida.

Casi el 90 por ciento de las personas fundadoras el barrio tienen ascendencia de origen campesino y se refleja en sus hogares y estilo de visa, acostumbrados al duro trajín del campo. Según ellos, el trabajo es la forma de mejorar el nivel de vida de sus familias y superar las adversidades de la naturaleza. La gran extensión de los lotes, les permite disponer de una pequeña área residencial y una gran extensión para cultivo, muy típico del campesino boyacense. Ana Lucía Amortegui, docente del C.E.D.  La Belleza, recuerda que en 1980, habían estudiantes con vestimenta campesina: ruana, sombrero y botas de caucho, almorzaban con grandes porciones de yuca, papa, arroz y de bebida guarapo o chicha.

Debido a su visión sobre la necesidad del trabajo arduo, se apersonaran de la construcción de su barrio, como la escuela, las casas, las vías, las redes de agua, alcantarillado y energía. Las vías se gestionaron a través de brigadas de trabajo integrados por sus habitantes para brindar mano de obra y obtener recursos económicos, organizando así fiestas, bazares y juegos de tejo, como ya principales compradores, ya que era difícil, pues como lo recuerda Don Efrain: “¡Ganábamos poco, pero gozábamos mucho!”

La politiquería, es decir, recurrir al político para obtener beneficios a favor de la comunidad, no fue ajena para construir el barrio. Se logró el encerramiento de la escuela y una que otra calle pavimentada, aunque las desilusiones fueron más, cuando se daban cuenta que los utilizaban. Don Pedro nos comenta con enfado: “Uno de los políticos en su visita por el barrio preguntó que qué necesitábamos.Yo le contesté: ¿no ve? No hay vías, no hay acueducto, casi medio construido todo y todavía pregunta ¿Qué necesitamos? claro, prometen tanto que no tienen ni siquiera para “mantenerse ustedes”. 

Mientras que los primeros habitantes del barrio, los de los sesentas y setentas, eran oriundos de Boyacá y Cundinamarca, en las ultimas décadas las personas que han llegado proceden de todas partes del país. Esto generó un cambio de comportamiento, pues pasó de un lazo de solidaridad  de trabajo para mejorar las condiciones de vida, a la indiferencia de sus nuevos habitantes.

Según don Antonio, se debe a que casi ya todo está construido que ya no hace tanto frío. Cambio tanto la vida en el barrio, que entre 1.986 y 1.993 hubo una época de violencia, llamada “Época de los pájaros”. Originada por una invasión, bautizada paradójicamente por sus habitantes como Villa la Paz, ubicada al norte de La Belleza. Don Antonio afirma que uno que otro habitante de la invasión era bueno, el resto eran ladrones, lo que originó una ola de inseguridad reflejada en robos a la gente del mismo barrio, incluso organizaron grupos de atracos en plena luz del día. Por eso lo habitantes decidieron hacer grupo de limpieza, entre tres o cuatro personas morían semanalmente, ante las autoridades, imperaba la Ley del Silencio. Don Antonio nos cuenta que todos merecían morir por mala gente. Todo iba bien hasta cuando mataron a “ El Paisa”, un comerciante al que todos querían  y respetaban por sus solidaridad con los demás, también mataron a un muchacho trabajador, por lo que cuando esto sucedió, la comunidad que apoyaba la limpieza empezó a condenarlas, porque se habían sobrepasado los parámetros establecidos sobre la eliminación de los atracadores. Este duro golpe aumentó la desconfianza y, más, la indiferencia y la falta de identificación con el barrio, por parte de los habitantes de La Belleza.

Don Antonio, Don Efraín y Don Pedro Pablo, coinciden en que los viejos ya hicieron lo suyo, ahora les toca a los jóvenes, los nuevos habitantes, proseguir esa labor. En su momento colocaron sus corazones, sus sentimientos para ver el barrio crecer, pero hoy les queda muy pocas fuerzas y algunos enemigos por querer hacer una buena labor.


Puente de la Belleza. Curva tradicional del barrio en la
actualidad. Año 2015.
Es aquí donde concluye la historia contada por sus propios personajes, donde se observa el progreso al que se puede llegar con la unión y el trabajo. Desde mi punto de vista un ejemplo a seguir en una sociedad tan individualista, como la de hoy en día. Es una contrariedad pensar en que entre más somos, menos unidos estamos; parece como si no tuviéramos memoria en cuanto al legado de nuestros antecesores.

Cómo es posible que este territorio lleno de un legado de supervivencia a las adversidades naturales, climáticas, a las dificultades de gobernación y hasta a las dificultades de delincuencia común no reconozca su historia y pueda generar un cambio de actitud. Tal vez es eso, el conocimiento, la ignorancia a la que estamos sujetos y a veces que ni siquiera tenemos acceso por nuestra falta de canales de información, o tal vez….¡En fin! Terminé con más dudas que respuestas con base en lo que hoy podemos observar en nuestra localidad. Así, termino mi día, ese 23 de febrero, con un poco más de conocimiento histórico del territorio que habito  y con un mayor crecimiento personal.

Historia escrita por: Kevins Castillo Tenorio.

12 agosto 2015

San Rafael, una comunidad llena de adagios y héroes comunitarios.


En el año de 2008, y para conmemorar los 50 años de la creación de las Juntas de Acción Comunal, el Instituto para la Participación y Acción Comunal (IDPAC) organizó un concurso literario denominado "Crónicas de mi Junta". En este blog difundiremos algunas de las crónicas, particularmente aquellas que tengan una estrecha relación con nuestro territorio


Portada del libro "Crónicas de mi barrio".
San Rafael, una comunidad llena de adagios y héroes comunitarios. 
Crónica sobre el barrio San Rafael. 

Con frases sabias que reflejan la sabiduría de la gente mayor, los líderes comunales del barrio San Rafael se han ganado la confianza y el respeto de toda la comunidad. No solo por sus pegajosos dichos, sino por obras y adelantos que han mejorado la condición de vida de la población. Puentes peatonales, vías alternas y redes telefónicas fueron algunos logros de estos héroes comunitarios. "Golpear no es entrar”, “matamos al tigre y nos asustamos con el cuero”, “más vale pájaro en mano que ciento volando”, son dichos populares de decisión y fuerza de líderes comunales de San Rafael, quienes no perdían oportunidad para gestionar obras y servicios públicos. San Rafael es como la “botamanga de un pantalón”, decía la señora Inés, esposa del finado líder conservador Eurípides Bolívar, cuando estudiábamos el plano del barrio con el fin de organizar brigadas y hacer el reconocimiento de las manzanas catastrales, o de la malla vial para gestionar pavimentos y servicios púbicos.


Don Bolívar levantando un libro junto a la señora Inés.
Jorge Ramirez a la derecha. Biblioteca del Barrio San Rafael.
Años 90.
“Esa es la manzana C, donde está la concentración escobar Juana Escobar, llamada Guillermo León Valencia, y  el salón comunal”. "Esta es la manzana J del parque La Libertad, en donde está la casa vecinal y la cancha de futbol”. “Aquella, la manzana Y, la última del barrio, donde se impulsó la construcción de un tanque de agua comunal que surtía la parte más alto del barrio, y que no fue posible hacerlo. A Don Bolívar, un buen líder, el barrio lo recuerda por las obras que alcanzó durante su ejercicio en la Junta Comunal, como la del puente peatonal que comunica los barrios Libertadores y San Rafael.

Parque contiguo al Salón Comunal. 
Finales de los años 90. 
Con más de 50 años de edad, el barrio conserva aún su santo con el totumo, la varita y el pescado en sus manos rotas por el pasar de los años, guardado en el salón comunal en espera de alguna procesión. Cuando se pregunta a los antiguos fundadores ¿por qué el nombre?, recuerdan el barrio esta ofrecido al santo Arcángel de las aguas San Rafael.


Esto tiene algo de realidad porque aquí cuando no llueve, llovizna, “que páramo ¡Dios mío bendito! Qué forma de llover, esto es cielo roto, estamos emparamados de frío”, comentan. Don Óscar Emilio Lesmes (q.e.p.d.), líder comunal liberal y también presidente de la Junta, logró en su gestión los terrenos del salón comunal y de uso público. El señor Manuel García, don Epifanio Daza, don Samuel Rincón, la señora María Monroy (q.e.p.d.) y la señora Conchita, que tiene más de 90 años, fueron las primeras familias del siglo pasado que poblaron y fundaron el barrio, en terrenos que pertenecieron a una familia de apellido Morales.


Actividades en el parque contiguo al
Salón Comunal del barrio San Rafael.
Principios de los años 90.
En 1948 empezó la parcelación, la venta de lotes que median entre treinta y cien metros de frente hasta por cincuenta de fondo. Así nacieron Quindío, Morales y San Rafael. San Rafael tenía burro. Hace algunas décadas, cuando todo esto eran fincas, había el animal para la carga que ahora no se consigue. “Es muy útil el animalito, me ayuda mucho; todos los días baja y sube prestando el servicio de carga por la calle 61, la vía principal pavimentada hace más de 15 años, por la gestión de la Junta de Acción Comunal”.

En aquel tiempo cuando los vecinos empezaron a distinguirse, se ayudaban unos a otros. Las casas estaban construidas con palos, tejas, tela asfáltica, guadua; se alumbraban con velas de cebo, mecheros y una que otra lámpara Coleman. Se cocinaba en fogón de piedra y leña bajada del cerro. “La aguita la recogíamos de la quebrada Morales y de Nueva Delhi, ahí en la hacienda, también de los aljibes y 'manas' de agua. Con tarros y ollas cargábamos agua para los alimentos y para bañarnos el cuerpo, y con ese frío ¡Dios mio! y de madrugada, porque tocaba despachar a los maridos al trabajo". Don Antonio era el encargado de cuidar la hacienda Arboleda por allá en los años 50. Oriundo de Une, orientó la Junta Comunal como presidente; en su antigua volqueta Chevrolet acarreaba materiales para la construcción. Hombre trabajador que conoce el barrio desde sus inicios La gente lo recuerda cuando compraban el carbón mineral en su depósito.


Interior del Salón Comunal. Años 90.
El barrio está tapado, no hay vista hacia el norte ya que los cerros son una gigantesca cortina vede de niebla. Hacemos parte del páramo de Cruz Verde, un sector que tirita de frío y que recibe los ventarrones del invierno. Don Manuel García (q.e.p.d.), uno de los pioneros comunales, contaba que llegó al barrio en 1953. En ese tiempo los alrededores de la casa eran potreros extensos y el agua se tomaba de un nacimiento cercano. Las familias criaban ovejas, gallinas y patos, la leche se compraba de las fincas, pues había vacas lecheras. Aquí en la casa funcionó el único teléfono ‘razonero’ y comunitario que había.


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Como otro medio de transporte utilizábamos las flotas de la ruta a Villavicencio y en algunas ocasiones, taxi. En 1959, año en que se legalizó el barrio, vivían en San Rafael apenas 15 familias. Al año siguiente fue construida la escuela Juana Escobar por la Junta de Acción Comunal, mediante la marcha del ladrillo, los bazares y el trabajo dominical de padres de familia y directivos comunales. Su primer salón se amplió en tres aulas con el esfuerzo comunitario. Así surgió la escuela, mediante las famosas brigadas de trabajo donde participaba la profesora Filomena. Cuando llegó el profe Jorge Rivera, de ideas socialistas, la escuela pasó de llamarse San Rafael a Juana Escobar. Hoy la antigua escuela fue demolida, dando paso al inmenso edificio que está construyendo la Secretaria Distrital de Educación, donde habrá cupo por lo menos para 2.000 estudiantes.


Mira un compilado de fotografías de interés para el 
barrio San Rafael pinchando en este enlace. 
Desde entonces nuestro barrio ha crecido en número de pobladores. Actualmente somos más de 1.000. El transporte continúa siendo difícil, y la basura comienza a acumularse. Pero no todos son problemas, tenemos una casa vecinal, una sede adecuada para el salón comunal y dentro de muy poco, redes telefónicas suficientes.

Don Eurípides Bolívar afirmaba que cuando se aprobó oficialmente el barrio en 1959 contábamos con un población de 140 personas, cantidad que subió por causa de la masiva migración campesina. De estas, más del 60 por ciento son de origen boyacense. Las manzanas de la parte alta son las más pobres, están por encima de los 3.100 metros, siendo el asentamiento humano más elevado en Bogotá. Esto representa un problema por la carencia de agua potable. En el gobierno de Belisario Betancur, el M-19 llegó a los barrios del sur oriente instalado en San Rafael un campamento en la calle 61, entre carreras 15 y 16. Daban charlas y entrenaban muchachos que por curiosidad visitaban el campamento. Luego se fueron y no se supo de ellos.

El urbanizador señor Ocampo (q.e.p.d.) entregó dos buenos lotes comunales donde se construye el edificio educativo de primaria y bachillerato, y los terrenos del parque llamado La Libertad. En uno de los espacios del parque esta nuestra Casa Vecinal, iniciada por la Junta Comunal en el año de 1988. Empezó en casas de vecinas solidarias con la causa de la infancia. Así, poco a poco, el barrio se consolidó, y fueron naciendo los compadrazgos de bautizo, de confirmación, de matrimonio y primeras comuniones, estrechando los lazos familiares y construyendo el tejido comunitario. Las familias se reunían los fines de semana para celebrar con música, cerveza y cabrito. Los niños tomaban Kolkana con mongollitas negras, comprada en la única tienda que había y que era atendida por el señor Ramírez. Bailábamos hasta la madrugada y todo era muy tranquilo, poníamos los discos de acetato en una radiola de cuerda RCA Víctor. Ahora es tejo y rana, se escuchaba música y se juega fútbol. 

El Salón comunal se construyó con pica, pala y caretilla, con las partidas que se lograban con los políticos y también con la ayuda del Departamento  Administrativo de Acción Comunal Distrital. No faltaba el petaco de cerveza. Con la colecta entre los vecinos se compraba la gaseosa de las señoras y los niños, que acompañaban los domingos las brigadas de trabajo comunitario. La jornada dominical comunal se iniciaba con las notas del himno Nacional y Comunal. A las 8 a.m. sonaban los parlantes anunciando las actividades del día como reuniones, asambleas, colectas, brigadas de trabajo, anuncios sociales, fallecimientos y misas. Luego, la música de animación. “Hubo para dar y convidar”. “Es mejor llegar a la fiesta y no ser invitado”. “Al que madruga Dios le ayuda”. “Tómese un chocolárgese con una arepiérdase”. Eran formas de hablar y causaban hilaridad o reflexión entre los vecinos.


Actividad lúdica. Antigua cancha de microfútbol del
Colegio Juana Escobar. Años 90.
Por trabajo de la Junta, el tanque de cocinol fue instalado en el lote del señor Veloza. El preciado combustible que remplazó el carbón, la leña y la gasolina blanca fue uno de los floreros de Llorente, la pelea por hacerse a los ‘bidones’ partía desde el propio Ministerio de Minas. Tener cocinol suficiente desataba conflictos y peleas entre las familias.

Frecuentes eran las riñas y amenazas, luego apareció el gas en cilindros gestionado por la Junta Comunal y se acabó el conflicto. Ahora lo tenemos domiciliario. Es la Junta Comunal, así no se quiera reconocer, la que pone la cara a las necesidades del barrio. A pesar de que siempre se diga que la “Junta no sirve pa’ nada”. Es un calificativo que hizo carrera y se mantiene en boca de las personas que no se comprometen con el trabajo comunal. Sin embargo, "no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista". El alcantarillado, la luz, el agua domiciliaria, los teléfonos, el gas, son entre otras, las obras alcanzada por la Junta Comunal durante 40 años de acción por el bien común. Los pavimentos, el transporte y los bazares siguen siendo recuerdos del trabajo de la Junta Comunal que deja una profunda huella en la vida del barrio. “A caballo regalado no se le mira colmillo dañado”. Buen dicho cuando la Junta recibía donaciones. Una vez cogimos un ladrón y lo amarramos a un poste, le dimos una lección porque estaba robando las casas. Nos pusimos de acuerdo y los castigamos. En aquel tiempo nos tocaba hacer turnos entre los vecinos, salíamos a distintas horas con el fin de montar vigilancia porque el puesto del cabinero estaba en Altamira, bastante retirado del barrio. Había ladrones que venían de otros lados y los ‘pistamos’ hasta que al fin cayeron. 

Don Anselmo Daza, habitante nacido y criado en el sector, nos cuenta como “esto era muy bonito y se trabajaba elegantemente con las juntas comunales, uno de muchacho disfrutaba mucho en esta tierrita”. Con Claudia Pulido, primera mujer presidente de Junta Comunal en el barrio, se lograron con el IDU los pavimentos locales, fue un concurso interesante y la gente apoyó. Con el IDRD se construyó un buen escenario deportivo para el barrio. “La peor diligencia es la que no se hace”. “Nada se pierde con preguntar”. “El que no llora no mama”, son formas de emprender una iniciativa de beneficio común, como de aquella solicitud hecha por Víctor Cárdenas y Antonio Gutiérrez, directivos de la Junta Comunal, sobre el transporte de rutas para el barrio, la cual se logró mediante visitas y reuniones con los gerentes de Coopenal.


Sandra Mora (Izquierda) y Claudia Pulido (Derecha)
en la biblioteca del barrio San Rafael. Años 90. 
A  nuestra memoria comunal viene el recuerdo del alcalde Juan Martín Caicedo Ferrer y la primera dama, Lía de Roux, cuando visitaron y apoyaron al barrio con una biblioteca comunitaria, que ocupa un lugar de salón comunal cedido por la Junta y donde actualmente hay un curso de quinto de primaria.

Hace más de 15 años es tradición de la Junta organizar la Novena de Aguinaldos de los niños. No falta el detalle de la Junta en las nueve noches con ayudas del comercio, de los habitantes y de fondos comunales. Siempre hay algo que dar a fin de cuentas.


Eventos en el marco de la Novena de Aguinaldos.
Barrio San Rafael. Años 90. 
Por eso, “más vale tarde que nunca”.


Texto y fotografías por: Jorge Enrique Ramirez Velásquez

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