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31 agosto 2015

En Santa Rosa se desgaja un aguacero. I Parte.


EN SANTA ROSA SE DESGAJA UN AGUACERO
Breve historia del barrio Ciudadela Santa Rosa de la Localidad Cuarta de San Cristóbal, Bogotá.


YA SON CASI LAS SEIS
A las 5:45 de la mañana, Yeimira Catalina Quiñones Mosquera*—como le gusta que la llamen cuando la hacen pasar al frente— recordó las clases de baile y se sacudió de sus cobijas con violencia.
—Yo ya le iba a echar era agua, mijita. — Dijo Edelmira Mosquera, su mamá.
Quince minutos antes, Yeimira luchaba contra sí misma para despertarse. En el desenlace de un sueño escurridizo, sólo atinaba a balbucear palabras que se iban apagando:
—Ya mamáááá, ya me paaaaro…

Y volvía a dormirse arrellanándose y suplicando “cinco minuticos más, mamita”. Pero “el baile Yeimi, el baile, apúrele que hoy tiene su clase”, y Yeimi, abriendo al instante sus ojos reaccionaba con todo su cuerpo en un santiamén, olvidando qué era eso de tener pereza y qué era eso de tener que ir a la escuela.

***
A la misma hora Jeison Alberto Palacios ya se encontraba en la mesa comiendo huevos revueltos, pan, chocolate y un trozo de queso campesino que le dejaron envuelto en la nevera. Come con diligencia, y al tiempo aprisiona entre sus piernas una tula con un balón de microfútbol. Hoy tiene partido contra 7-A y eso es lo único que le interesa en la vida al hijo de Ramiro Palacios.

—Oiga Jeison y hoy sí le dejó el miedo a la ducha ¿no? — dice Ramiro mientras se arremanga una camisa.

—No pa, si hoy es la semifinal, si ganamos nos toca contra Octavo— contesta Jeison casi atragantándose de agitación.

—Bueno, pero no se le vaya a olvidar venirse con sus hermanas y llamar a su mamá si se demora en el colegio.

—Sí, señor. ¿Pa, me puede prestar 1.000 pa` completar la gaseosa?

Ramiro no gusta del empalago, pero demuestra su cariño regalando los mil pesos con la condición de que “no se vaya a quedar toda la tarde jugando fútbol”. A unos segundos de partir, Jeison enfático reclama:

—Y si ganamos la próxima semana me presta mil quinientos.
— ¡Ah!, ¡qué tal este! Bueno, hágale más bien que ya se le está haciendo tarde.  

EL FRÍO EN LA CIUDADELA SANTA ROSA
Al subir a la Ciudadela Santa Rosa lo primero que se siente es la insistencia del viento, que baja con fuerza desde los Cerros Orientales. A la vera de la antigua vía a Villavicencio, al Suroriente de la capital, se levanta un pórtico malogrado que dice: “El Portal de Santa Rosa”, indicación que antaño funcionó como gancho comercial. Veo la escorrentía tímida de aguaceros pasados. Una calle, dos calles, tres calles, todas empinadísimas y con escaleras desportilladas por la humedad. Y al fondo, el Cerro del Zuque o Zoque, vocablo muisca que traduce: páramo de tempestad, envuelve el paisaje de un barrio que reclama su lugar en la historia de la Localidad Cuarta de San Cristóbal.

Pórtico que da entrada al barrio Santa Rosa. Localidad de San Cristóbal.
Bogotá. Foto: Fredy Triana Vargas.

Construida sobre cuerpos de agua que desembocan en la quebrada Chiguaza, afluente a su vez del río Tunjuelo, la ciudadela tomó su nombre de la constructora Santa Rosa S.A., ya liquidada, sin tener en cuenta la vulnerabilidad ecológica que representaba edificar sobre terrenos inestables. Ignorando tal situación, para el año 1992, la administración de Jaime Castro, por medio del Departamento Administrativo de Planeación Distrital, expidió la licencia de construcción que abonaría el terreno para futuros conflictos.

Georreferenciación de Santa Rosa en la ciudad de Bogotá.
Google Maps.

***
Don Isauro vive en esta zona desde hace casi medio siglo, cuando el paisaje estaba dominado por potreros y calles destapadas. Conoce de cerca la historia de la ciudadela, tanto que me endilga con precisión: “mijo, usted ni había nacido cuando del Zuque se sacaba arena pa´ asfaltar las calles de Bogotá”.  Don Isauro vive ahora en el barrio Moralba, al sur de Santa Rosa, y recuerda con facilidad cuando en el año de 1969 en El Zuque comienzan operaciones, cuando en 1980 la explotación de la montaña paró y cuando en 1990 la planta de asfalto cesó sus actividades. Tiene muy fresco en su memoria el día que la quebrada Chiguaza se enfureció de tal forma que en 1994 se desbordó llevándose consigo un amasijo de palos, piedras y vidas que fueron comidos por un lodazal oscuro. “Por eso es que uno no entiende, mijo, cómo es que se les ocurre construir un poco ´e bloques allá donde justamente pasan las quebradas”.

— ¿Las casas empezaron a dañarse?
— ¡Obvio! Pero es que la avaricia es tenaz y, claro, la necesidad de la gente—dice mientras hace un paneo con su índice derecho de la ciudadela. 

Entre 1995 y 1998 la Constructora Santa Rosa S.A. ejecutó las obras que darían forma a la actual ciudadela. Pasando por alto los riesgos ambientales y sin tomar las medidas técnicas adecuadas, las faldas del cerro se llenaron de cemento y ladrillo. En total, 325 casas fueron construidas y vendidas como viviendas de interés social.

— Pero, claro, mijo, después vendrían los problemas: que las deudas con los bancos, que las grietas en las baldosas, que se entraba la humedad, que llegaba gente desconocida.

— ¿Ahí fue cuando llegaron los desmovilizados y los desplazados? —pregunté con cierta ansiedad. 

—No, eso fue con el tiempo. Vea, es que si usted quiere estudiar la historia de Santa Rosa debe hacerlo como si fuera un libro de tres partes: primero, la construcción de las casas y los primeros vecinos; segundo, la llegada de los excombatientes y tercero, la llegada de los desplazados.

ALGUIEN GOLPEA A LA PUERTA
Hay un sol mañanero inclemente el día que logro reunirme con Edelmira y con Ramiro. “Este sol es de pura lluvia”, me dice un señor que los conoce a ambos, un tipo menudo que se hace sombra con su gorra y quien me está guiando a la casa de sus vecinos. Al caminar, sobresalen las casas que dicen “ocupada”.

—Esas son las casas de los desplazados. Les tocó así, cogerlas de afán. —me comenta, sin que yo le haya preguntado.

De una de las puertas de una casa amarilla sale Ramiro intempestivamente.
—Ah, usted es el pelao de la entrevista. Camine me acompaña a la tienda y me va preguntando —me dice despidiéndose con informalidad de su vecino.

Es un hombre delgado, con mirada fija y pómulos sobresalientes. Su tez trigueña está cuarteada en sus brazos por unas rajaduras blanquecinas.
—Estas me las hice en combate. Y estas otras —sonríe con picardía cuando las señala—sí fue cuando era chino y me aventaba al río, por allá en el Cauca.

La guerra le quitó muchas cosas, pero no logró quitarle lo dicharachero. Que las órdenes, que las enfermedades, que las penumbras de la selva, que el “¡uno, dos, uno, dos! ¡Arrr!, ¡sí, mi comandante!” no eran para él. Y, claro, que hacer cosas de las “que usted ni se imagina y que es mejor no contarle” a veces lo desvelan. Pero no importa porque “todo lo que hice mal, ahora lo estoy transformado en cariño para mis hijos y en un futuro para mi familia”. Cuando Ramiro llegó a la Ciudadela su hijo Jeison estaba apenas de un año, y “véalo, es un crack, sólo piensa en fútbol. No le interesa si es hijo de un excombatiente de tal o cual grupo ni que sus vecinos sean víctimas de una u otra organización. Ya es otra generación que se ha desprendido de tanto odio. Hoy mismo, esta mañana, me sacó 1.000 pesos con la excusa de que tenía que jugar un partido dizque importantísimo”.

Casa ocupada en el 2013. Fuente:
http://www.elespectador.com/noticias/bogota/santa-rosa-urbanizacion-problema-articulo-415265
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Carmen Díaz, una figura clave en la historia de este barrio y quizá la primera desmovilizada en ejercer la presidencia de una Junta de Acción Comunal en San Cristóbal, me diría semana antes que “aquí es muy fácil encontrarse con historias parecidas a la de Ramiro, y nuestra historia en este barrio está llena de anécdotas de ese estilo”.

En el año de 2001, luego del notable deterioro de las viviendas, los habitantes de la ciudadela Santa Rosa presentaron una Acción Popular que, con los años, llegaría hasta el Consejo de Estado. Durante el transcurso de la solución al litigio, el Distrito declaró formalmente la zona como de riesgo geológico, lo que, sumado a las deudas con los bancos y al no pago de las cuotas de los inmuebles, desembocaría en el abandono o desalojo de numerosas casas. “Como el gobierno daba un dinero a los reinsertados, muchos lo terminamos usando en la compra de las viviendas que quedaron abandonadas y que el banco estaba rematando”. Entre el año 2004 y 2005 llegarían los primeros desmovilizados a un barrio que tenía quiebres, roturas, desbarajustes aquí y allá, sin embargo, “las ganas de tener su propia casita, después de tantos años de no tener nada fijo, le ganan a uno”.

La llegada de los reinsertados supondría un nuevo episodio en la historia de este barrio. Llegarían las ayudas gubernamentales, la cooperación internacional, las ONG´s. De algún modo, Santa Rosa era lo poco que tenían para mostrar las instituciones en materia de reintegración. “Acá llegaron hasta japoneses para ver cómo guerrilleros y paramilitares podían entenderse sin matarse”. Al principio generó miedo en los vecinos la presencia de excombatientes, pero, “es paradójico, el estigma acá sí nos sirvió, pues hasta montamos una cooperativa de seguridad que fue apoyada por los habitantes del sector y le cuento, joven, que fue muy efectiva”.  

Apertura de la biblioteca interactiva comunitaria de la ciudadela Santa Rosa, iniciativa apoyada por el Área de Reconciliación de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación (CNRR), el Programa de Reinsertados de la Alcaldía de Bogotá y la OIM. En la fotografía aparece el anterior Alcalde de Bogotá Samuel Moreno y otras personalidades públicas, así como una líder comunitaria. Fotografía tomada de la página web de la CNRR, de la noticia: “Biblioteca comunitaria en Santa Rosa abrió sus puertas”, mayo 9 de 2008. Fuente: DEL GRUPO ARMADO A UNA COMUNIDAD URBANA: INTEGRACIÓN, ACCIÓN Y PARTICIPACIÓN EN LA CIUDADELA SANTA ROSA. Ivón Liliana Forero Gómez  Rafael Francisco De la Ossa Archila. Universidad del Rosario, Bogotá, 2011.
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