EN SANTA ROSA SE DESGAJA UN
AGUACERO
Breve historia del barrio Ciudadela Santa Rosa de
la Localidad Cuarta de San Cristóbal, Bogotá.
YA SON CASI LAS SEIS
A las 5:45 de la mañana,
Yeimira Catalina Quiñones Mosquera*—como le gusta que la llamen cuando la hacen
pasar al frente— recordó las clases de baile y se sacudió de sus cobijas con
violencia.
—Yo ya le iba a echar era
agua, mijita. — Dijo Edelmira Mosquera, su mamá.
Quince minutos antes,
Yeimira luchaba contra sí misma para despertarse. En el desenlace de un sueño
escurridizo, sólo atinaba a balbucear palabras que se iban apagando:
—Ya mamáááá, ya me paaaaro…
Y volvía a dormirse arrellanándose
y suplicando “cinco minuticos más, mamita”. Pero “el baile Yeimi, el baile,
apúrele que hoy tiene su clase”, y Yeimi, abriendo al instante sus ojos reaccionaba
con todo su cuerpo en un santiamén, olvidando qué era eso de tener pereza y qué
era eso de tener que ir a la escuela.
***
A la misma hora Jeison
Alberto Palacios ya se encontraba en la mesa comiendo huevos revueltos, pan,
chocolate y un trozo de queso campesino que le dejaron envuelto en la nevera.
Come con diligencia, y al tiempo aprisiona entre sus piernas una tula con un
balón de microfútbol. Hoy tiene partido contra 7-A y eso es lo único que le
interesa en la vida al hijo de Ramiro Palacios.
—Oiga Jeison y hoy sí le dejó el miedo a la ducha ¿no? — dice Ramiro mientras se arremanga una camisa.
—No pa, si hoy es la semifinal, si ganamos nos toca contra Octavo— contesta Jeison casi atragantándose de agitación.
—Bueno, pero no se le vaya a olvidar venirse con sus hermanas y llamar a su mamá si se demora en el colegio.
—Sí, señor. ¿Pa, me puede prestar 1.000 pa` completar la gaseosa?
Ramiro no gusta del empalago, pero demuestra su cariño regalando los mil pesos con la condición de que “no se vaya a quedar toda la tarde jugando fútbol”. A unos segundos de partir, Jeison enfático reclama:
—Y si ganamos la próxima
semana me presta mil quinientos.
— ¡Ah!, ¡qué tal este!
Bueno, hágale más bien que ya se le está haciendo tarde.
EL FRÍO EN LA CIUDADELA SANTA ROSA
Al subir a la Ciudadela
Santa Rosa lo primero que se siente es la insistencia del viento, que baja con
fuerza desde los Cerros Orientales. A la vera de la antigua vía a
Villavicencio, al Suroriente de la capital, se levanta un pórtico malogrado que
dice: “El Portal de Santa Rosa”, indicación que antaño funcionó como gancho
comercial. Veo la escorrentía tímida de aguaceros pasados. Una calle, dos
calles, tres calles, todas empinadísimas y con escaleras desportilladas por la
humedad. Y al fondo, el Cerro del Zuque o Zoque,
vocablo muisca que traduce: páramo de
tempestad, envuelve el paisaje de un barrio que reclama su lugar en la
historia de la Localidad Cuarta de San Cristóbal.
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Pórtico que da entrada al barrio Santa Rosa. Localidad de San Cristóbal.
Bogotá. Foto: Fredy Triana Vargas. |
Construida sobre cuerpos de agua que desembocan
en la quebrada Chiguaza, afluente a
su vez del río Tunjuelo, la ciudadela tomó su nombre de la constructora Santa Rosa S.A., ya liquidada, sin tener
en cuenta la vulnerabilidad ecológica que representaba edificar sobre terrenos
inestables. Ignorando tal situación, para el año 1992, la administración de
Jaime Castro, por medio del Departamento Administrativo de Planeación Distrital,
expidió la licencia de construcción que abonaría el terreno para futuros
conflictos.
***
Don Isauro vive en esta zona
desde hace casi medio siglo, cuando el paisaje estaba dominado por potreros y
calles destapadas. Conoce de cerca la historia de la ciudadela, tanto que me
endilga con precisión: “mijo, usted ni había nacido cuando del Zuque se sacaba
arena pa´ asfaltar las calles de Bogotá”.
Don Isauro vive ahora en el barrio Moralba, al sur de Santa Rosa, y
recuerda con facilidad cuando en el año de 1969 en El Zuque comienzan
operaciones, cuando en 1980 la explotación de la montaña paró y cuando en 1990 la
planta de asfalto cesó sus actividades. Tiene muy fresco en su memoria el día
que la quebrada Chiguaza se enfureció de tal forma que en 1994 se desbordó
llevándose consigo un amasijo de palos, piedras y vidas que fueron comidos por
un lodazal oscuro. “Por eso es que uno no entiende, mijo, cómo es que se les
ocurre construir un poco ´e bloques allá donde justamente pasan las quebradas”.
— ¿Las casas empezaron a dañarse?
— ¡Obvio! Pero es que la
avaricia es tenaz y, claro, la necesidad de la gente—dice mientras hace un
paneo con su índice derecho de la ciudadela.
Entre 1995 y 1998 la
Constructora Santa Rosa S.A. ejecutó las obras que darían forma a la actual
ciudadela. Pasando por alto los riesgos ambientales y sin tomar las medidas
técnicas adecuadas, las faldas del cerro se llenaron de cemento y ladrillo. En
total, 325 casas fueron construidas y vendidas como viviendas de interés
social.
— Pero, claro, mijo, después
vendrían los problemas: que las deudas con los bancos, que las grietas en las
baldosas, que se entraba la humedad, que llegaba gente desconocida.
— ¿Ahí fue cuando llegaron
los desmovilizados y los desplazados? —pregunté con cierta ansiedad.
—No, eso fue con el tiempo.
Vea, es que si usted quiere estudiar la historia de Santa Rosa debe hacerlo
como si fuera un libro de tres partes: primero, la construcción de las casas y
los primeros vecinos; segundo, la llegada de los excombatientes y tercero, la
llegada de los desplazados.
ALGUIEN GOLPEA A LA PUERTA
Hay un sol mañanero
inclemente el día que logro reunirme con Edelmira y con Ramiro. “Este sol es de
pura lluvia”, me dice un señor que los conoce a ambos, un tipo menudo que se
hace sombra con su gorra y quien me está guiando a la casa de sus vecinos. Al
caminar, sobresalen las casas que dicen “ocupada”.
—Esas son las casas de los
desplazados. Les tocó así, cogerlas de afán. —me comenta, sin que yo le haya
preguntado.
De una de las puertas de una
casa amarilla sale Ramiro intempestivamente.
—Ah, usted es el pelao de la entrevista. Camine me
acompaña a la tienda y me va preguntando —me dice despidiéndose con
informalidad de su vecino.
Es un hombre delgado, con
mirada fija y pómulos sobresalientes. Su tez trigueña está cuarteada en sus
brazos por unas rajaduras blanquecinas.
—Estas me las hice en
combate. Y estas otras —sonríe con picardía cuando las señala—sí fue cuando era
chino y me aventaba al río, por allá en el Cauca.
La guerra le quitó muchas cosas, pero no logró
quitarle lo dicharachero. Que las órdenes, que las enfermedades, que las
penumbras de la selva, que el “¡uno, dos, uno, dos! ¡Arrr!, ¡sí, mi comandante!” no eran
para él. Y, claro, que hacer cosas de las “que usted ni se imagina y que es
mejor no contarle” a veces lo desvelan. Pero no importa porque “todo lo que
hice mal, ahora lo estoy transformado en cariño para mis hijos y en un futuro
para mi familia”. Cuando Ramiro llegó a la Ciudadela su hijo Jeison estaba
apenas de un año, y “véalo, es un crack, sólo piensa en fútbol. No le interesa
si es hijo de un excombatiente de tal o cual grupo ni que sus vecinos sean
víctimas de una u otra organización. Ya es otra generación que se ha
desprendido de tanto odio. Hoy mismo, esta mañana, me sacó 1.000 pesos con la
excusa de que tenía que jugar un partido dizque importantísimo”.
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Casa ocupada en el 2013. Fuente:
http://www.elespectador.com/noticias/bogota/santa-rosa-urbanizacion-problema-articulo-415265 |
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Carmen Díaz, una figura
clave en la historia de este barrio y quizá la primera desmovilizada en ejercer
la presidencia de una Junta de Acción Comunal en San Cristóbal, me diría semana
antes que “aquí es muy fácil encontrarse con historias parecidas a la de Ramiro,
y nuestra historia en este barrio está llena de anécdotas de ese estilo”.
En el año de 2001, luego del
notable deterioro de las viviendas, los habitantes de la ciudadela Santa Rosa
presentaron una Acción Popular que, con los años, llegaría hasta el Consejo de
Estado. Durante el transcurso de la solución al litigio, el Distrito declaró
formalmente la zona como de riesgo geológico, lo que, sumado a las deudas con
los bancos y al no pago de las cuotas de los inmuebles, desembocaría en el
abandono o desalojo de numerosas casas. “Como el gobierno daba un dinero a los
reinsertados, muchos lo terminamos usando en la compra de las viviendas que
quedaron abandonadas y que el banco estaba rematando”. Entre el año 2004 y 2005
llegarían los primeros desmovilizados a un barrio que tenía quiebres, roturas,
desbarajustes aquí y allá, sin embargo, “las ganas de tener su propia casita,
después de tantos años de no tener nada fijo, le ganan a uno”.
La llegada de los
reinsertados supondría un nuevo episodio en la historia de este barrio. Llegarían
las ayudas gubernamentales, la cooperación internacional, las ONG´s. De algún
modo, Santa Rosa era lo poco que tenían para mostrar las instituciones en
materia de reintegración. “Acá llegaron hasta japoneses para ver cómo
guerrilleros y paramilitares podían entenderse sin matarse”. Al principio generó
miedo en los vecinos la presencia de excombatientes, pero, “es paradójico, el
estigma acá sí nos sirvió, pues hasta montamos una cooperativa de seguridad que
fue apoyada por los habitantes del sector y le cuento, joven, que fue muy
efectiva”.
***